Opinión
Confluencia de ciencias y artes
Los científicos usan el bisturí de la razón y los artistas el de la intuición; ambas visiones no son ajenas y podemos disfrutar las dos
Estamos sometidos al imperio de la ciencia que es la quintaesencia de la razón. Sin embargo, como dice Nicholas Humphrey, tomo la cita del libro de Daniel Dennet "He estado pensando": "quita a Shakespeare, Chaucer o Mozart y eliminarás la creación arbitraria de la una mente humana única; quita a Newton, Darwin o Einstein y no eliminarás nada que a la larga la mente en general no pueda sustituir".
Tres gigantes de la ciencia, tres seres humanos que cambiaron nuestra forma de estar y ver el mundo, sin embargo, para Humphrey sustituibles. Porque antes o después se llegaría a formular la maravillosa e iluminadora teoría de la evolución pero por muchos años que pasen, si no hubiera existido Cervantes no habría don Quijote: es fruto del genio individual.
Proust busca en el arte la conciliación de los numerosos yoes que lo habitan. Lo busca en la narración, en el examen de sus estados y de las formas de percibir un acontecimiento o una situación, por ejemplo, la fuga de Albertine. Le seguimos en un vaivén de reflexiones a través de páginas y páginas en el que unas veces siente amor, otras celos, otras alivio, otras añoranza y soledad y todo envuelto en largos razonamientos que lo justifican.
Volviendo a Dennet y Humphrey nos dicen: reconocemos que el yo o ego no es un órgano ni tampoco un alma inmaterial como proclamaba la tradición, sino más bien una abstracción, una máquina virtual que surge de fuerzas y procesos del cerebro. En resumen: "un centro de gravedad narrativo".
De manera que se puede decir que hay un yo narrativo, el que construimos a lo largo de nuestra vida. Coincide en parte con el sí mismo autobiográfico de William James. Él lo distingue del mí mismo como objeto, que comprende todo lo que uno puede considerar suyo, no solo su cuerpo y facultades psíquicas, también sus posesiones, familia, amigos o la reputación. En parte, lo que protege el derecho penal.
En el sí mismo autobiográfico, el que Proust hace explícito (y que todos nos lo hacemos interiormente) yace la continuidad del yo a través de sus múltiples manifestaciones. Y es, con la pérdida de memoria, cuando se desmorona. Por eso la demencia es una enfermedad devastadora del ser humano, porque uno deja de ser la persona que es.
Borges especula sobre la posibilidad de que un autor escribiera, palabra a palabra, el Quijote si consiguiera vivir las experiencias de Cervantes. Negaría así la hipótesis de Humphrey. No haría falta que existiera Proust para que a través de su lectura experimentáramos esos mundos por él vividos o imaginados. Y nos entendiéramos mejor. Como cuando mientras el autor trata de explicarse sus reacciones ante la huida Albertine, inopinadamente se detiene para decir: "A algunos de esos yoes no los había yo vuelto a ver desde hacía bastante tiempo: por ejemplo …el yo que era yo cuando estaban cortándome el pelo. Había yo olvidado aquel yo y su llegada me hizo estallar en sollozos".
En contra de la idea de que en algún sitio de nuestra mente se encuentra la almendra, el yo que busca descubrir la terapia profunda, la que nos reconcilia con el verdadero yo mismo, está la visión de un yo fluido y poliédrico. Lo más profundo es la piel. Aplicado al yo se puede decir que cada una de sus manifestaciones, como el que se experimenta cuando se corta el pelo, es tan verdadera como cualquier otra. Conócete a ti mismo. Proust lo intenta mediante esa introspección mareante, enredada en sinuosas cavilaciones.
Otros lo intentan con la ayuda de alucinógenos. Pretenden que esas percepciones que despiertan las drogas descubren aspectos ocultos de uno mismo, abren cajones, cuartos oscuros vedados a la mente despierta. Como los sueños, en opinión de algunos. Yo creo que esas sustancias químicas provocan conexiones neuronales caprichosas que resultan en un barullo perceptivo que se puede vivir como una revelación: ¿revelación de qué? De esa verdad que con trucos nuestra mente nos oculta de nosotros mismos. Como si conviviéramos con un monstruo que desde la profundidad de nosotros mismos, con maniobras arteras, dictara nuestro comportamiento: nuestros gustos, aficiones, anhelos, satisfacciones.
Los científicos nos muestran el mundo, lo disecan con el bisturí de la razón. Los artistas nos hacen partícipes de él con el bisturí de la intuición, del pensamiento alógico. Tenemos la suerte de poder disfrutar de ambas visiones que no son ajenas la una a la otra. La ciencia también puede producir emociones, desvelar las causas o saber curar es formidable. Y el arte también provoca reflexiones, en ella o a su través podemos entender mejor el mundo y a nosotros mismos.
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