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Opinión

Ni de izquierdas, ni de derechas: unas cuentas para que Asturias funcione

Además de mantener la calidad de los servicios, lo que la realidad regional exige también es un Presupuesto que dé cobertura a la iniciativa particular y potencie el talento asturiano

Comparada consigo misma, Asturias ha conseguido ir recosiendo los jirones de las últimas crisis. La región ganó 43.000 ocupados, retornando al nivel de población activa de la primera década del siglo. Cerca de 430.000 personas mayores de 16 años trabajan o están en disposición de hacerlo, en buena medida gracias a los inmigrantes. El paro cayó al 8,75%, y la inversión en investigación, el 0,99% del PIB, por fin despega. El número de compañías que llegan a la comunidad lleva dos años consecutivos superando al de las que emigran. Y un total de 677 sociedades, cifra récord, conquista mercados fuera y exporta de manera habitual.

Comparada con las autonomías más prósperas, el horizonte hacia el que sin complejos ni conformismo corresponde mirar, a Asturias le queda una enorme distancia por recorrer. En apariencia la región converge con el resto –el PIB por habitante subió tres puntos, hasta el 90,9% de la media española–, pero a un ritmo insuficiente. Ese resultado es más un espejismo estadístico derivado de la caída del padrón que el fruto de un crecimiento robusto. El avance agregado de la producción se quedó en el 2,72%, frente al 5,6% nacional. Al motor de Asturias le urge ganar tamaño, dinamismo y potencia.

El inicio de la negociación presupuestaria coincidió con el final de "La Asturias que funciona", un clásico ya del análisis económico regional. Resultó la cita especialmente inspiradora porque la Facultad de Economía que la organiza en colaboración con LA NUEVA ESPAÑA cumple 50 años. Medio siglo desde la crisis del petróleo a la globalización, pasando por el ingreso en la UE, en el que este centro vivo y dinámico fue testigo privilegiado del gran salto hacia la modernidad del Principado y de España.

Las oportunidades no esperan

No hay una herramienta más valiosa para ayudar al buen funcionamiento de Asturias que sus cuentas públicas. Mal empieza el asunto si de lo que se habla es de incrementar auxilios de dudosa productividad o difícilmente sostenibles sin evaluar renuncias para mantenerlos. En los primeros compases de las conversaciones, la batalla en la izquierda para llegar al acuerdo se centra en el tratamiento fiscal, como si no existiese otra vía para mantener la calidad de la sanidad y la educación que subir los impuestos. La revolución de la inteligencia artificial y los datos, de contornos insospechados, en la que estamos inmersos puede ayudar a optimizar servicios y reducir burocracia sin disparar gasto.

Lo que la realidad regional también exige es un Presupuesto que estimule el tejido empresarial, proporcione cobertura a la iniciativa particular y potencie el talento, con especial sensibilidad para conectar modelos de éxito. Que actúe como catalizador de nuevas ideas y de la excelencia en el conocimiento para codearse con la élite tecnológica e innovadora.

No existen objetivos inalcanzables para Asturias, sino ausencia de ambición y coraje para proponérselos. El asturiano ama con locura su tierra, aunque se quiere muy poco a sí mismo y desconfía de sus propias fuerzas por el escepticismo exagerado que profesa. Directivos de multinacionales químicas lo afirmaron taxativamente estos días en unas jornadas universitarias: "Si se montaran aquí más empresas y tuvieran mayor apoyo público, los asturianos se comerían el mundo". Las oportunidades están ahí para aprovecharlas. Si Asturias no lo hace, otros lo harán.

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