Opinión | El trasluz
La confusión como signo
Cada día, has de ofrecer una versión inédita de ti: sé más creativo, más raro, más único

Ilustración de diferentes personas.
La normalidad ha devenido un bien aspiracional. Una pareja estable, un trabajo fijo, un pantalón vaquero sin rotos, una hipoteca a veinte años: todo eso, hoy, constituye una rareza. La normalidad es ya una forma de extravagancia. Y se paga cara. Se diría que hay un mercado de lo normal al que solo pueden acceder unos privilegiados.
Pero ese mismo mercado nos empuja, a la vez, a ser originales. Cada día, has de ofrecer una versión inédita de ti: sé más creativo, más raro, más único. Crea tu propia marca. Conviértete en tu marca. Hay un negocio en torno a la diferencia, aunque la diferencia lleva camino de convertirse en una de las formas más comunes de la sumisión.
Así que mientras unos se tatúan dragones en la lengua para demostrar que son distintos, otros darían la vida por trabajar en una empresa del montón (y en la que estuvieran mal vistos los tatuajes linguales), con un sueldo del montón que les permitiera acceder a una vivienda del montón en la que vivir en pareja y tener hijos del montón. A veces, lo distinto y lo normal conviven en el mismo cuerpo igual que un hámster y un caracol comparten un terrario. Claro, que no nos atreveríamos a decir qué bicho es el normal y cuál el raro. A mí me parecen más raros los caracoles porque no son mamíferos, pero comprendo que se trata de una cuestión muy subjetiva. Tal vez lo extraordinario sea desayunar pan con mantequilla y lo vulgar subirlo a Instagram.
Normalidad y originalidad ya no se oponen. Son productos de consumo que se adquieren en el mismo mercado. Nos movemos (o nos mueven) entre dos deseos contradictorios: el de pertenecer (y disfrutar por tanto de compañía) y el de destacar (y quedarse solo en consecuencia). En el fracaso se está más acompañado que en el éxito, aunque no siempre, pues los cantantes muy famosos viven recluidos en sus casas por miedo al asalto de los admiradores. Queremos que nadie nos mire y que todos nos vean: la invisibilidad y el escaparate. Todo tiene su precio. Lo peor es que a veces, al intentar comprar normalidad, nos venden originalidad y viceversa. La confusión es nuestro signo.
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