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Opinión

¡Tú, chiquillo de mierda!

Homenaje al "Cervantes" Gonzalo Celorio

Así le nombraba su padre vencido por esa memoria tan paternal como eficaz para identificar a un vástago y totalmente justificable cuando tienes once hermanos pululando entre los escondrijos de tu familia: "Miguel, Alberto, Carlos, Jaime, Benito, Eduardo, tú, como te llames chiquillo de mierda, ven para acá".

En esta singularidad de no ser nombrado y sí identificado, probablemente Gonzalo Celorio encontró el germen de una obra literaria excepcional en México y por consecuencia para el vasto "territorio de La Mancha" en términos de Carlos Fuentes. La búsqueda de la identidad mexicana a través de la propia ("Los apóstatas"), concreta el andamiaje de su trabajo, hurgando en España ("El metal y la escoria") y en Cuba ("Tres lindas cubanas"), sabedor que solo el escritor puede redimir con el lenguaje y la imaginación nuestro origen común.

Gonzalo Celorio es el último eslabón de grandes literatos mexicanos que además ejercieron la función pública y por ende la promoción cultural de primer orden. José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Sergio Pitol o Fernando del Paso (los cuatro últimos también premios "Cervantes") fueron conciencias de un país necesitado de ser contado, descrito, pero también inventado.

Celorio ha cumplido con honores el peregrinaje como último guardián de la palabra mexicana. Me detengo en su novela "El metal y la escoria" de lectura obligatoria para asturianos y mexicanos, relata la migración de su familia a México a finales del siglo XIX, desde el caserío de Vibaño, huyendo de un destino rural o militar, primero del primo Belarmino y después de Emeterio su abuelo, con la ilusión de "hacer las Américas". "Emeterio vio por última vez aquellos bultos negros contra el sol del amanecer", aquellos bultos eran sus padres parados mientras avanzaba esa carreta que lo conduciría hasta La Merced en la Ciudad de México, lugar de refugio para migrantes españoles, libaneses o franceses, donde aprendieron a ser mexicanos. "Un poco más de tiempo todavía, hasta que se hicieron a la idea de que ese agujero de sus carnes no se taparía con suspiros deshilvanados, sino haciendo todo lo que su hijo hacía; sacar el agua del pozo, recoger la leña…". Celorio, nos describe así ese rompimiento al que llamamos "migración" tan doloroso como necesario y nos enseña además, que el lenguaje es el manto de consuelo que cargan españoles y americanos en su ir y venir.

Defensor por tanto de la relación entre México y España, ha incidido desde su Presidencia en la Academia Mexicana de la Lengua en el reconocimiento de los "españolismos" por la Real Academia de la Lengua –piso, mogollón, guay, piti – como una forma de establecer nuevos márgenes a la riqueza de la lengua. También ha sido un crítico en contra de la famosa petición de disculpas del gobierno mexicano a la corona española. Llegó tarde al llamado "Boom", pero llegó a tiempo para describirnos como primer espectador el gran siglo de oro de las letras hispanoamericanas. Un reconocimiento merecido para un hombre que vive para la literatura como fiel descendiente de Cervantes, ahora nombrado con honores escudero de nuestra voz, artífice de nuestros deseos.

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