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Opinión

Lenguaje de barra libre

Hay personajes públicos que tardarán en pasar al olvido por su forma de penar en la vida y, a la vez, transmitir vergüenza ajena. Ahora sabemos que en algún momento de nuestra reciente historia esa vida debió de ser un acto de extrema desesperación para Koldo García, asesor de Ábalos y «el último aizkolari socialista», según palabras de Pedro Sánchez. Unos recientes whatsapps en poder de la UCO revelan cómo el ministro de Política Territorial Ángel Víctor Torres, entonces presidente canario, era presionado por García para que abonara las facturas pendientes de las mascarillas a las empresas intermediadas por Aldama. «Por Dios, si lo consigues me dejo violar por ti», parece ser le imploraba. En una posdata agregaba: «Lo último, no». Más tarde, con todo ya resuelto, Koldo, agradecido eternamente, prometía besarlo si no fuera por la distancia que los separaba. Debido a la implicación personal de Torres, le daba su palabra de tenerlo a su lado para lo que le «saliese de los cojones». Todo ello, dicho sea de paso, en sentido figurado. Me refiero, naturalmente, a la verbalidad. En ese intercambio algo angustioso sobre las mascarillas, el entonces jefe del Gobierno de Canarias, tampoco se mostraba lo que se dice especialmente fino.

Es, digamos, la fonoteca del descrédito. Cierto que de esta clase de intercambios epistolares no cabe esperar el tono de las cartas de Rusia del Marqués de Custine, pero tanta degradación del lenguaje repele un poco. De las conversaciones que han trascendido no solo emerge la evidencia de un sistema corrupto, sino también la manera en que sus protagonistas se relacionan entre sí y con el poder. Hablan como quién escupe. No hay idea, ni respeto, ni siquiera un intento de disimulo. Únicamente grosería, la más zafia prepotencia y una misoginia de barra libre. Un asco. n

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