Parece oportuna una reseña para recordar al poeta José María Álvarez Posada, que nació el 19 de marzo de 1911, en la localidad cántabra de Puente San Miguel, donde su padre ejercía de maestro. A los 14 años publicó su primer poema en «El Eco de los Valles», con el seudónimo de Lino Serdal; en adelante también firmará Corsino Urriel, Elías Pombo, Máximo Bulnes y, definitivamente, Celso Amieva -nombre corto, que le acercaba a sus raíces y le resultaba «más asturiano, más llanisco»-. Celso Amieva falleció en febrero de 1988 en Moscú y desde otro marzo, el de ese mismo año, sus cenizas reposan para siempre en su idílica Cadexana, acompañando el incesante subir y bajar de la marea en el Bau, entre Niembru y Barru, en los mismos territorios del oriente asturiano en los que vivió su juventud. Entre una y otra fecha, 77 años, cuatro patrias y la literatura. Y siempre Asturias y Llanes presentes en sus días de distancia.

Después de vivir unos años en Ribadedeva, por mor del oficio paterno, a la muerte de éste, en 1930, la familia se traslada a Barru, pueblo natal de su madre. Ya en el concejo llanisco, Celso vive unos años intensos; es una etapa de juventud, de verbenas y bailes, del primer amor, pero también un tiempo en el que iba grabando en su retina y en su memoria los paisajes llaniscos que le acompañarían siempre; la historia, las costumbres, las leyendas, los monumentos, las gentes... Nada en Llanes parece serle ajeno. Incluso el humor y la ironía que le caracterizaban y de los que hacía gala los atribuye a este origen: «En los peores momentos de mi vida algo hay que siempre me ha sostenido. Y ese algo se lo debo a mi oriundez asturiana y llanisca. Ese algo es, sencillamente, el sentido del humor». En esos años jóvenes, lee y relee lo poco que tiene a su alcance y, por casualidad, en un periódico que encuentra en la playa de Barru, descubre un poema de Alfonso Camín, que con el tiempo se convertirá en uno de sus poetas más admirados y un buen amigo.

Con la llegada de la II República participa en la política local, lo que le causa más de un problema, en ocasiones debido a la intransigencia de lo más rancio del clero. Razones que le llevan a marcharse a Madrid en 1936. Son años de gran actividad política, milita en las Juventudes Socialistas Unificadas y colabora con el Ejército republicano en algunas acciones, entre ellas el asalto al Cuartel de la Montaña, con la Primera Brigada que dirigía Valentín González, «El Campesino». Allí conoce a Miguel Hernández, responsable del periódico «Choque», por el que guardará desde entonces una profunda admiración. Por problemas de salud causa baja en el Ejército, pasa un tiempo entre Valencia, Lérida y Torreserona, donde ejerce de maestro, y de allí hacia el Norte: el exilio francés.

Las vivencias de estos años en tierras francesas las recoge Celso Amieva en sus memorias del exilio, en la primera parte de «Asturianos en el destierro» (Francia); un texto lleno de historias tristes, de hambre y frío un día tras otro; no obstante, es un relato entrañable y fluido, en el que deja muestras de su fina ironía. De su primera noche en los arenales dice: «En fin, nuestra primera noche francesa la estábamos pasando en cama fresca y blanda. ¡Ventajas del arenal y de la intemperie! Era el 6 de febrero de 1939».

De los duros años de los campos de concentración, de cómo fue su sentir de aquellos días, da buena muestra el recuerdo para las mujeres del maquis. Cuando su amigo, el escritor catalán Pons y Prades le pide una colaboración para la obra «Republicanos españoles en la Segunda Guerra Mundial», Celso le envía un poema escrito en 1944 titulado «Muchachas del maquis», con la siguiente nota previa: «Mi querido amigo Eduardo: En esa especie de prólogo que me dices quieres montar con algunas cartas y poemas, creo que deberíamos rendir un cálido homenaje a nuestras mujeres, a las que con frecuencia hemos olvidado. Sin ellas, bien lo sabes, nosotros los valientes, los heroicos guerrilleros, nos hubiéramos hundido moralmente más de una vez y, en el plano digamos operacional, pegado más morradas que pelos tenemos en la cabeza».

Al finalizar la guerra, después de los campos de concentración y de colaboración con la resistencia y el maquis francés, recala en Saint-Nazaire, desde donde le llama su amigo Emilio de Diego y donde trabajará años en los astilleros. Se le presenta la oportunidad de irse a México y allá se va, a una siguiente patria. El exilio asturiano de estos años lo relata en la segunda parte de «Asturianos en el destierro», texto inédito que comienza «Después de catorce años de exilio en Francia a América me voy... Era 7 de marzo de 1953».

En tierras mexicanas también trabaja en diversos oficios, hace traducciones, colabora en diversas empresas literarias de la mano de Alfonso Camín y de su mano publica su primer libro, «Los poemas de Llanes», muchos de los cuales habían sido escritos en los campos de concentración franceses. También publica su «Trilogía de la arena y el fuego» -por la que obtendrá el premio «León Felipe» en 1974-, da clases de castellano, escribe guiones de películas, y comienza su colaboración con la agencia de prensa «Novosti». En 1969 se traslada a trabajar a la sede central de la APN, en Moscú, y allí continuaba trabajando cuando le sorprende la muerte repentinamente, después de 19 años viviendo en su tercera patria.

Durante los años de exilio, Celso Amieva mantiene larga y extensa correspondencia con los muchos amigos que fue haciendo en sus patrias. Por algunas de esas cartas conocemos abundantes detalles de su vida y de sus trabajos y, sobre todo, del devenir de su obra literaria, de la que publicó, pero también de la mucha que permanece inédita, y desconocemos si perdida. Por esas cartas conocemos que leía con avidez el semanario «El Oriente de Asturias», que le mantenía informado sobre su tierra y anclado a ella, pero también que una de las razones que le animó a irse a Moscú fue que «en México creí asfixiarme de tanto "smog". Dentro de poco van a tener que usar máscaras antigás». También sabemos de la precisión de su memoria para sus recuerdos. Le escribe a Emilio de Diego: «Hoy 50.º aniversario de mi llegada a Colombres»; y desde Moscú le dice: «Hoy se cumplen 30 años de nuestra salida de España. Y ya ves desde donde lo hago. Uno va coleccionando patrias desde que perdió la propia y ésta es ya la tercera. Llegué el 7 de enero, con 16 grados bajo cero». Por esa misma carta sabemos que siempre buscaba a sus paisanos allá donde iba y que en Moscú se encuentra al poco de llegar con Dolores Ibarruri (en «Asturianos en el destierro -Francia-» cuenta que la conoció en Lourdes). Así cuenta que antes llevar un mes allí ya había acudido en tres ocasiones al Centro Español en busca de compatriotas y había encontrado muchos asturianos, pero «ninguno de la parte oriental». De aquel encuentro con Pasionaria nos dice que le llevaba unos recados desde México: «me recibió en su casa con mucha amabilidad y me hizo cenar con ella y hasta me hizo una tortilla con sus propias manos que hacía muchos años que no había gustado nada tan bueno. Quedé encantado de su sencillez. Para sus 73 años conserva toda su capacidad de trabajo y toda su energía».

Hemos mencionado que entre los muchos poetas que conoció y admiró Celso Amieva está Miguel Hernández, del que se cumplió el año pasado el centenario de su nacimiento (30 de octubre de 1910) con muchas y bien merecidas celebraciones. Sería estupendo que en el año del centenario del nacimiento de Celso Amieva que acaba de comenzar se programasen muchas e igualmente merecidas celebraciones, que nos acerquen a la figura de nuestro poeta, pero sobre todo a su obra. Así lo deseamos.