Cangas de Onís,

María TORAÑO

En las numerosas fiestas del Oriente las mozas lucen impecables. El tradicional traje de llanisca se ha extendido por todos los concejos de la comarca y no hay pueblo, por pequeño que sea, que no cuente con sus propias aldeanas para las procesiones, bailes y celebraciones oportunas. Pero hay que saber vestirse, ya que cada una de las once piezas que componen la indumentaria tiene su orden para que el resultado final sea perfecto. Más difícil aún es colocar el pañuelo con los pliegues oportunos y con el repicado indispensable. Por este motivo, Josefina Fernández «Fifi» imparte, desde hace un par de semanas, un taller en Cangas de Onís para enseñar a vestirse y a poner pañuelos a más de medio centenar de vecinas. La intención es que todas lleguen al día de San Antonio -que se celebrará el 13 de junio- con la lección bien aprendida.

«Siempre hay mozas que llegan tarde a la procesión o a la misa por tener que esperar a que las vistan», explica Fifi acerca de los motivos que la llevaron a prestarse para impartir el taller gratuito que organiza la Sociedad de Festejos de Cangas. Y es que la participación en las fiestas de San Antonio «crece cada año», comenta Fernández. La motivación para vestirse y participar en los festejos es tan grande que aún siendo época de exámenes los estudiantes se organizan para no perdérselo. «Hubo una que se vistió un año y marchó para Oviedo con tanta prisa que se olvidó de quitarse el pañuelo y se bajó del autobús con él puesto», relata como anécdota.

Lo primero que se pone es la ropa blanca: camisa con las mangas con cintas del color del lazo y el pañuelo y el faldón o refaxu, que se mete desde arriba, por la cabeza, y anuda a la cintura. El corpiño (chaleco) es la siguiente pieza que se coloca y se anuda con un lazo que se enhebra desde arriba hacia abajo, cruzando hasta dejar la prenda bien ceñida al cuerpo. La pesada falda del traje también se pone desde arriba, con la apertura hacia adelante, bien centrada, y el corpiño por dentro. «La ciencia de que no se caiga es amarrarla bien al corpiño con imperdibles», recomienda Fifi como truco. Ella pone tres grandes en horizontal, uno atrás y dos en los laterales. Así se evita que haya que amarrar fuertemente a la cintura la falda y, de este modo, «por mucho que bailen no se mueve nada», asegura la maestra.

Por encima de la falda va el mandil, que lleva en su lateral derecho la banda, un lazo del mismo color que el corpiño y el pañuelo que se ata en una lazada. Después llega la solitaria -o dengue, según la zona-, que es la pieza negra y bordada con cristales (corales) negros que se coloca sobre los hombros y cruza en el pecho. Fifi la centra bien por detrás y la engancha por dentro con otro imperdible al corpiño, para que no se menée en todo el día. El lateral izquierdo pasa por debajo del derecho y ambos se prenden a la espalda. «Aquí lo ideal es poner un buen prendedor de adorno», advierte la maestra, quien, por debajo, vuelve a ajustar las piezas con otro imperdible. La chaquetilla reposará sobre el hombro izquierdo, bien doblada y enganchada a la solitaria. Sobre esta última prenda se colocan las flores, que cambian según el pueblo y la fiesta de que se trate.

Para poner el pañuelo, en Cangas enseñan dos técnicas: la de Fifi -«casera y propia», según dice la experta- y la de Elsa Sánchez, de la localidad cabraliega de Ortiguero. La de la canguesa es «más fácil», según las alumnas, y permite quitar el pañuelo como si fuese un casquete y guardarlo para el día siguiente. Lo primero es hacer un moño alto y tan tirante «que los ojos queden achinaos», dice, entre risas, Belén Rodríguez, mientras ensaya en la cabeza de una compañera. Fifi hace primero los tres pliegues frontales del pañuelo y los asegura con alfileres pequeños, después lo coloca en la cabeza y lo prende a ella con unas horquillas por debajo, de forma que quedan camufladas y no se ven. Cruza por detrás y deja los picos hacia arriba, «bien tiesos», para que lo que se conoce como repique luzca más. La diferencia con la técnica de Elsa Sánchez es que esta otra profesional de los trajes de aldeana hace los pliegues del pañuelo directamente sobre la cabeza y lo engancha a unos pequeños lazos que coloca en tres puntos del pelo. «Lo más difícil es repicar», asegura la alumna Belén Rodríguez, quien, tras solo dos clases, ya logra que el pañuelo sobre la cabeza de Rocío Blanco quede perfectamente sujeto y bastante curioso. «A esto se aprende a base de poner y quitar», dice Blanco. Milagros Noriega no pierde detalle y su marido, Manuel de la Fuente, observa curioso desde el patio de butacas el trajín de telas, alfileres y nudos.

Begoña de Dios, que se viste desde siempre para San Antonio, ejerce de modelo para que Fifi enseñe a sus compañeras. «Fifi es de las que te va retocando en la procesión si llevas algo descolocao», asegura la vecina, quien se apuntó al taller con la intención de poder vestir y poner el pañuelo a su hija. Lo mismo le pasa a Elisa Fernández, que quiere encargarse de vestir a su hija, Amalia Regueira. Ambas asisten juntas a las clases porque «para que te pongan el pañuelo a lo mejor tienes que ir antes de las 8 de la mañana y vale más aprender y hacerlo en casa», afirma. Elena Pardo también va con su hija, Inés Cueto, que llora un poco cuando le ponen el pañuelo porque le tira el pelo, pero sonríe encantada en cuanto todas le dicen lo guapa que está.