Miércoles de agosto, dos de la tarde. Hay dos coches aparcados junto a la entrada de la finca del monasterio de San Antolín de Bedón, entre Bricia y Naves de Llanes, y otros tantos bajo el viaducto de la Autovía del Cantábrico. Cuatro adultos y tres niños salen caminando de la finca. Una mujer de mediana edad y fuerte acento andaluz exclama: «¡De vergüenza, estoy indigná!». Lamentaba el estado del monasterio, monumento nacional desde 1931 sobre el papel, pero abandonado a su suerte por las autoridades políticas. Sólo dos horas antes, en Oviedo, el historiador y cronista oficial de Piloña, Andrés Martínez Vega, aprovechaba la presentación de su libro «Monasterios medievales de Asturias» para manifestar su pesar por el lamentable estado de San Antolín de Bedón, una joya olvidada por casi todos. Mientras tanto, un grupo de vecinos de Naves sigue con su campaña de recogida de firmas contra el abandono de la iglesia del monasterio. Todos están indignados. Con razón.