Un rostro, una mirada, un semblante pueden llegar a ser eternos cuando, por su expresividad, luminosidad o emoción alcanzan ese grado especial de trascendencia. El pasado domingo, mientras su hija Ana Luisa tomaba la primera comunión, Manuel Vega Pando, Manolo el de La Cueva, irradiaba satisfacción, Incluso me atrevería a decir que felicidad, la que se puede sentir cuando uno se sabe faltamente herido. La basílica de Llanes estaba a rebosar. La misa del mediodía congregaba a los niños de la catequesis junto a los fieles. Y el sacerdote imprimía a la eucaristía una agilidad y originalidad que la alejaban del tedioso costumbrismo. En primera fila, frente al altar, la pequeña Ana Luisa con su resplandeciente traje de comunión, flanqueada por su madre Ana Luisa González y su padre Manolo; muy cerca, sereno y emocionado, se encontraba su hermano Luis Manuel y el resto de la familia. Fue un acto religioso intenso, en el que no faltó la gravedad de la liturgia católica, salpicada por los cánticos de voces blancas y el desparpajo de los más pequeños.

Podría haber sido una primera comunión al uso, si no fuera por el brillo de los ojos de Manolo y el sosiego de su figura aguileña. Estaba satisfecho, así, al menos, creí observarlo. Había acumulado todas las fuerzas que le quedaban para vivir ese día en plenitud, primero en la Basílica, y después en su restaurante con la familia y amigos. Aguantó hasta el final para disfrutar de cada momento. Y como buen cocinero, saboreó con gula hasta el último bocado, como si fuese uno de sus espléndidos platos.

Manolo era un hombre de coraje y carácter, que se mantuvo entero hasta el final. Emprendedor en la restauración de Llanes a la que quiso servir desde la presidencia de la Asociación Llanisca de Restaurantes (Allares) a la que aportó ideas y trabajo para potenciar el sector y sacarlo de su estacionalidad. Tenía un punto socarrón, era amable y siempre amigo.

Estas líneas quedarían incompletas si no mencionara a su familia. Su madre, Mari Cruz (Cuqui), y su hermana, que hace poco más de un mes perdieron al patriarca de la saga, Manuel Vega Trapaga. Y a Luis (El Pitu) y a Tere, a Juanma y a Susi, a Sonia y Gonzalo, a Maite, Pablo, Susi, Carlos.... y otros muchos familiares y amigos que conforman una auténtica tribu, laboriosa, solidaria, que no escatima ni esfuerzo ni tiempo para echar una mano, para ayudar, para reconfortar en los momentos más duros y disfrutar de los felices. Esta familia es el mejor ejemplo de unión y solidaridad tan necesarias para superar situaciones tan difíciles como a las que ahora nos enfrentamos.

La muerte nos alcanzará a todos. Pero debe haber un tiempo lógico y justo para morir, cuando el camino se ha cubierto, se han completado sueños y proyectos, se ha fracasado y cosechado éxitos, cuando ya estemos cansados y nuestros hijos preparados para dejarnos ir. Con 38 años, la partida siempre es prematura e incomprensible. Quizás cuando nos llegue el momento lo entendamos. Por ahora, me quedo con la mirada eterna de Manolo.