Cuando las vacas gordas, en campaña, los políticos compiten para ver quién lanza la ocurrencia más desmesurada. Se oyen entonces todo tipo de disparates que luego suelen quedarse en nada (menos mal). El problema llega con las vacas flacas, como ahora. La falta de dinero, y lo mal visto que está el exceso cuando los bolsillos andan tiesos, obliga a agudizar el ingenio. Y como no abunda (el ingenio, digo) suelen caer nuestros presuntos próceres en la embestida torpe. Estos días ya se empiezan a repetir los insultos, así que es momento de rescatar algunos que adornen sus invectivas y sus filípicas. Molan, por ejemplo, los clásicos bucéfalo, papamoscas, cascabelero, cenutrio, soplagaitas, tarambana, ciruelo, zoquete y manzanillo; o los modernos pagafantas, enredabailes, culotrapo, cierrabares, engañabaldosas y bocachancla. Pero quizá mejor hacer patria: babayu, moca, galapán, boborolu, fatu, xostre, cabralloca, manguán, cazcarria, faltosu, mazcayu, charrán, bocayón, chancletu... De nada.