Arenas de Cabrales,

Ramón DÍAZ

«Ni busco dinero, ni me quiero pegar con nadie, sólo deseo que nadie más tenga que pasar por lo que yo estoy pasando». La vitoriana Elena Prada lucha desde hace meses por conseguir que se adopten medidas de seguridad en la senda del Cares y por que se informe a los visitantes sobre los riesgos que entraña la ruta, la más recorrida de España, en la que los desprendimientos son frecuentes. Pretende evitar en lo posible accidentes como el que el pasado 2 de septiembre segó la vida de su marido, Luis María Illera, tras recibir el impacto de una piedra y caer por un precipicio.

Elena Prada vivió la tragedia en primera persona, pues avanzaba unos metros por detrás de su esposo, junto a su cuñada. Luis María Illera, de 40 años, caminaba al lado de su cuñado y su sobrino, de 4 años de edad. Regresaban ya hacia el lugar del que habían partido por la mañana, Poncebos, en Cabrales, después de haber alcanzado el extremo sur de la ruta, el pueblo de Caín, en León. Había sido una jornada alegre, de conversaciones, comida campestre y fotografías: la típica excursión familiar, similar a las que realizan cada año decenas de miles de personas en esta ruta. Les faltaban apenas dos kilómetros para llegar a su destino.

De pronto oyeron un fuerte ruido por encima de sus cabezas. El hermano de Elena Prada, institivamente, cogió a su hijo, se lanzó al suelo y lo protegió con su cuerpo. A Luis María Illera, que quizá miró hacia arriba para ver qué ocurría, le dio de lleno una roca y se cayó por un precipicio de casi 100 metros de altura. Sólo cinco minutos antes, el hermano de Elena Prada había comentado el «peligro» que suponían algunas piedras que se veían en lo alto. «Te cae una de esas en la cabeza y te mata», comentó, sin saber que las palabras se harían trágicamente realidad unos centenares de metros más adelante.

Elena Prada asegura que ella y su familia fueron al Cares ignorando por completo su peligrosidad. «Las agencias de viaje venden la senda como una excursión familiar, que ya han hecho los vecinos del segundo y del quinto, sin peligro ninguno. Aquello parece El Corte Inglés, pero es una ruta de alta montaña, con riesgo de desprendimientos», indicó. «Nadie te dice que te puede caer un pedrusco y me da la impresión de que la mayoría de los visitantes ignoran el riesgo que corren. No es lo que venden cuando lo publicitan», subrayó Prada, quien defiende que no basta con colocar carteles al inicio de la ruta.

Unas semanas después del accidente, al ir a renovar el seguro de su automóvil, un agente de la aseguradora preguntó a Elena Prada si se había informado sobre una posible responsabilidad civil por parte del parque nacional de los Picos de Europa. Entonces ella decidió escribir una carta, en la que preguntó por la posible responsabilidad y señaló algunas medidas de seguridad que podrían adoptarse: mallas, barandillas, alquiler de cascos o indicaciones claras, para avanzar en fila india, por ejemplo.

La contestación del Parque fue contundente: no hay responsabilidad alguna por parte de la Administración, pues el accidente fue un hecho fortuito, fruto de la mala suerte. Además, añadieron los dirigentes del Parque, la titularidad de la ruta corresponde a la compañía E.On, pues la senda se abrió como soporte de la conducción de agua de la central hidroeléctrica de Poncebos, que avanza por ese paraje. Eso sí, los responsables del Parque agradecieron a Elena Prada sus sugerencias de seguridad, que calificaron de «interesantes» y aseguraron que las estudiarían, aunque subrayaron la dificultad que entraña adoptarlas en el actual momento de crisis. Quizá más adelante...

Elena Prada decidió también ponerse en contacto con E.On. Después de mucho buscar y de muchas vueltas y largas en los diferentes teléfonos de la compañía que iba encontrando, consiguió un interlocutor, al que trasladó las mismas inquietudes que al parque nacional. Aún aguarda una respuesta.

La vitoriana quiere que se eliminen las deficiencias de seguridad existentes en la senda, antes de que ocurra «una desgracia gorda». Asegura que ella y su marido estaban «enamorados de Asturias» y que querían comprar aquí su segunda vivienda. Desde el accidente que rompió todos aquellos planes de futuro no ha vuelto a Asturias. «No puedo volver, no puedo», comentó con la voz quebrada.