El Museo, único en España dedicado monográficamente a un juego tradicional, podría llamarse Museo de los Bolos de Panes, o simplemente Museo de los Bolos; pero quisimos que se llamara Museo de los Bolos de Asturias porque aquí, en la frontera, tierra de nadie tantas veces, es necesario puntualizar las cosas y además para recordar que esto es una iniciativa de Asturias desde el Valle Bajo de Peñamellera, para guardar con celo una parte importante del patrimonio lúdico cultural de nuestra comunidad. Por tanto, el patrimonio allí recogido y recreado pertenece a todos los asturianos y no quiere identificarse exclusivamente con el bolo palma o birle, ni con la comarca oriental, aunque desde aquí no renunciamos a nuestra responsabilidad de seguir impulsándolo y apoyándolo con más fuerza.

A lo largo de estos años y estimulado por la responsabilidad moral que me une a este museo, contraída con mucho gusto por mi parte por ser el presidente de la asociación impulsora del mismo, he reflexionado en distintos medios sobre los primeros pasos de esta instalación museística y en algunos momentos he dejado constancia de las desfavorables sensaciones que proyectaba. Las circunstancias que vive nuestra sociedad rural me parecen un motivo sólido, ahora que el Museo cumple una década, para afirmar nuestros objetivos más nobles y una incitación a pensar que es la hora de reinventar y de reafirmar nuestra vocación de guardianes de una parte de nuestra riqueza. Ojalá esta reflexión sirva de estímulo para todo ello, aunque sea lo único que hagamos con motivo de su décimo aniversario.

El Museo es de titularidad municipal, el Ayuntamiento de Peñamellera Baja es su dueño y por tanto también el responsable de su orientación y gestión. Para su financiación contó con el apoyo de la Consejería de Cultura. En estos tiempos en que muchos equipamientos similares van a quedar relegados al olvido y al ostracismo, tiene plena viabilidad. Por eso me parece inteligente y deseable redescubrir nuevas ilusiones y considerar estos años como de aprendizaje. El Museo debe seguir haciendo camino al andar y aprender a vivir entre nosotros; pero, eso sí, necesita ejercitarse adecuadamente, vivir con más conciencia y seriedad.

Y digo conciencia porque sin conciencia no percibimos si vamos hacia alguna parte o no; si avanzamos o retrocedemos; a qué aspiramos, qué nos proponemos, qué límites tenemos, con qué herramientas contamos... en definitiva eso que suele denominarse proyecto museístico.

También me parece primordial que el Museo sea serio, y es difícil justificar su seriedad cuando, después de la primera década, no tiene señalización en ninguno de los cinco accesos a Panes, ni figura tampoco en la Autovía del Cantábrico en dirección a Oviedo, ni hay ninguna gestión para que figure en el tramo de la autovía que está sin terminar dirección Santander a cinco minutos de Panes, siendo como es un Museo provincial. Me parece difícil de disculpar que se desaproveche este reclamo turístico que tanto prestigiaría al Museo. Quiero entender que un Museo de los Bolos es algo más que aquel recuerdo feliz de nuestros años mozos.

Por otro lado, el Museo presenta unas áreas museísticas coherentes a lo que queremos ofrecer, que a mi juicio están bien estructuradas, con un diseño acogedor y moderno y un contenido cuidado muy aprovechable para fines didácticos y que tiene su hilo conductor en las catorce modalidades que todavía se conservan en el Principado. Deberíamos poner más atención en las explicaciones a la hora de enseñarlo, buscando para ello -si es posible- a personas con vinculación emocional. Soy de los que piensan que la calidad de las visitas es más importante que el número de visitantes. Por otra parte, el Museo está bien cuidado y su conservación no conlleva una carga económica importante.

El Museo pretende informar de un patrimonio que es de todos los asturianos aunque a los más próximos nos toque ser «las fuerzas vivas». También pretende conservar la memoria histórica del juego y recordar la afición, la diversión y la emoción acumuladas, así como servir de homenaje a los que supieron transmitir y conservar la práctica de nuestro juego más tradicional, los bolos: jugadores, mecenas, directivos, aficionados, periodistas y simpatizantes, sentando las bases para su difusión en el futuro.

Los bolos no son sólo las partidas de cada semana, ni los importantes torneos, ni los ases del juego, ni las grandes boleras... son también la dimensión histórica y estética cuya anchura cultural ha de estar ante todos los ciudadanos.

A mí me gustaría también que el Museo fuera más abierto y que el Ayuntamiento, actual titular y gestor del mismo, buscara fórmulas de gestión nuevas que le permitan, sin perder la titularidad, ir hacia un modelo jurídico de formación privada, que entre en conexión con empresas, instituciones, particulares, etcétera, que en un determinado momento quieran colaborar.

También me gustaría que favoreciera la reflexión para que nos percatásemos de que no hay una cultura del birle o de la cuatreada o del batiente o del bolo de Tineo... sino una sola cultura que se manifiesta en las distintas modalidades porque la cultura asturiana, como así lo manifiestan los estudiosos, es una cultura única, aunque plural, con una gran unidad interna; una reflexión que apuntara pistas para acercarse a los bolos hoy de una manera nueva, sin olvidar la importantísima promoción del juego de base, ni a los que juegan porque les gusta mucho y gozan con ello, independientemente de que les salga bien o no, o los elogien o dejen de elogiarlos por ello. Y, por supuesto, a la élite, que siempre es un espejo importantísimo del juego.

Quiero que sea un centro con imaginación donde todas las modalidades, aun las más localizadas, recibieran desde Peñamellera el testimonio de reconocimiento a su singularidad, admiración y respeto y donde se sintieran de verdad valoradas, se fomentara una relación mayor entre las modalidades y se velara por una mayor integración de los bolos en la sociedad asturiana; un centro que despertara la conciencia de que jugar a los bolos en cualquiera de sus modalidades es un signo de asturianía que refuerza la identidad regional.