Su nombre es "Mirín". Es un perro de cuatro años. Lo que más le gusta es recibir caricias. Un leve toque cariñoso en la cabeza es suficiente para ganarse la simpatía del can y que te siga a todas partes. La actitud de un desalmado ha estado a punto de matarlo de un perdigonazo. El triste acontecimiento ha sido denunciado ante la Guardia Civil.

El incidente tuvo lugar el pasado domingo en la localidad llanisca de Tresgrandas. "Estuvo jugando con otros perros. Al llegar a casa estaba sangrando y tenía una herida en la zona de la ingle. Pensé que sería de una mordedura por una pequeña pelea", explica la dueña del can, Begoña Rodríguez. Tras asearlo y limpiarle la herida, el perro comenzó a mostrarse raro. "No me dejaba tocarlo y se pasó la noche del domingo y del lunes llorando sin parar", indicó.

El martes, al ver que el perro apenas comía, lo llevó al veterinario. "Nada más verlo me dijo que aquello no era de un mordisco, pues faltaba otra dentellada y no había desgarro", explica la dueña del can. Tras hacerle dos radiografías el veterinario dio con la causa de los dolores del perro: había sido alcanzado por un perdigón que entró por la zona inguinal, alojándose el proyectil en la parte superior de la cola. Con el informe del veterinario Begoña Rodríguez se dirigió al cuartel de la Guardia Civil de Colombres donde cursó la correspondiente denuncia. La trayectoria del perdigón indica que, según los agentes de la benemérita, el disparo se efectuó cuando el can se encontraba tumbado.

"El perro anda suelto por los alrededores de casa por lo que el disparo lo han debido de realizar muy cerca de aquí", explicó. Rodríguez asegura no tener problemas con ningún vecino. "Hace un año ocurrió una cosa extraña. Me robaron la antena del coche y apareció meses después tirada junto a la casa. Hace tres meses un coche viejo que mi marido tiene junto a un invernadero en las afueras del pueblo apareció con las ruedas rajadas, los cristales rotos y diversos golpes".

Entre tanto, "Mirín" se recupera de la herida a base de antibióticos, pastillas y vacunas. Poco a poco recupera el apetito y las ganas de corretear y jugar delante de la casa. "Me lo regalaron unos días antes de mi cumpleaños hace cuatro años con tan solo un mes", explica el hijo de Begoña, Adrián Rivero.

Begoña Rodríguez no pierde de vista al perro. "En cuanto tengo un catarro y ando un poco pachucha no se separa de mí. Tampoco lo hizo cuando me operaron", concluye.