Reconozcamos juntos que en medio de esta especie de vida cronometrada que llevamos, en la que cuenta cada minuto de cada hora, muy a menudo sucede que dedicar un tiempo a algo que no sea la rutina nos desconcierta un poco. Nos han programado la existencia, y nosotros -convertidos en rebaño sumiso- respondemos a los estímulos que alguien previamente ha establecido igual que a un enfermo del corazón al que le implantan un marcapasos. No suele ser ése el caso de nuestros pequeños pueblos, donde el tiempo -afortunadamente- aún discurre cadencioso y bucólico.

Saludable es buscar lo mejor que nos da esta tierra nuestra, como es el saber qué inquietos estímulos y vicisitudes vivieron nuestros antepasados y qué queda de ellos por ahí, a veces en lugares del concejo donde jamás algunos de sus vecinos se asomaron para nada ni lo harán en su vida. Y es que -en ocasiones- a la vuelta de la esquina, a pocos kilómetros de la carretera comarcal, sigue viva la esencia de los barrios y los pueblos que desde hace siglos dormitan en la falda de la montaña o rodeados de los mismos prados y bosques que cuidaron nuestros predecesores. Revisando alguno de los libros del archivo municipal, nos cuesta trabajo asimilar que hace tan sólo siglo y medio nuestros ancestros hubiesen pasado tantas calamidades. En las actas de aquella Casa Consistorial -que aún no era propia y pagaba renta al dueño de la misma- quedaron anotadas, sesión a sesión, las quejas de los vecinos de cada uno de sus pueblos por la mucha miseria en la que se veían envueltas sus vidas, incapaces de pagar los abundantes impuestos con los que eran gravados, bien por el Gobierno del Estado o por orden del gobernador provincial de turno. Un ejemplo: la cosecha del año anterior había sido tan mala que (dice el acta del 24 de abril de 1856) "atendiendo a la miseria que hay en esta jurisdicción, la mayoría de los vecinos se hallan ya ausentes, los unos en los Reinos de Castilla la Vieja y los otros en Madrid, Sevilla, Montañas de Santander y Reinosa en busca de trabajo", y los vecinos que quedaron no podían pagar los arbitrios, arreglar los caminos ni pagar a los maestros contratados para dar lecciones de Educación Primaria. El escribano del Consistorio anota sobre las escuelas públicas del concejo de Parres que "su necesidad será tal vez la más notoria de todos los concejos del Reino, de modo que se deben reedificar los catorce miserables locales de instrucción primaria, mal construidos y sin apenas menaje, abandonados a causa de la espantosa miseria que rodea a la inmensa mayoría de los vecinos de este concejo". Los mayores que quedaron iban a los puntos donde pudieran ser contratados para trabajar como "colonos" por los pocos que disponían de algunas rentas. Añade el escribano que "siendo la jurisdicción de dos leguas de larga y una de ancha, no tiene en ese año más de dieciocho mil fanegas de maíz, mil ochocientas de pan, dos mil quinientas de castañas, quinientas de patatas y doscientas de habas". Todas ellas no eran ni la mitad de las requeridas para cubrir las necesidades alimentarias de los vecinos. Pacientes aquellos antepasados nuestros, rodeados de calamidades, cuando aún faltaban veinticinco años para que se inventase la primera bombilla o mientras el agua seguía corriendo en aquellas fuentes y lavaderos a veces tan lejos de algunos hogares. El Ayuntamiento -con su alcalde e "individuos" (así se denominaba a los hoy concejales)- no disponía de medios para socorrer tantas calamidades y -como mucho- hizo un esfuerzo para pagar a los dos cirujanos del concejo una estancia en Ribadesella con el fin de que estudiasen y observasen día y noche -tan sólo durante 48 horas- a los muchos enfermos de "cólera morbo asiático" que había en la villa, por si la epidemia llegaba a Parres estar prevenidos con las medicinas y remedios que ya se estuviesen administrando a los vecinos riosellanos.

No es de extrañar que a la circular número 261 del Gobierno Provincial, mediante la cual se invitaba al Ayuntamiento parragués a que enviase a un joven pensionado a la Escuela Central de Agricultura -establecida cerca de Aranjuez- "para que adquiera los conocimientos necesarios y para importarlos en esta provincia", los "doce individuos" -con el alcalde, don Melchor Arango, al frente- respondieron que la cosecha no había sido ni un tercio de lo esperado y que no podían casi hacer frente al presupuesto anual indispensable y -por ello- se veían obligados a desechar la invitación. Los casi 8.000 vecinos del concejo habían solicitado una casa pública de beneficencia en la villa para acoger a los muchos pobres que había en Parres, pero en el Ayuntamiento se les dijo que ni tenían fondos ni se los enviaban desde el Gobierno provincial. Además, hacía dos años no habían podido abonar los 36.207 reales de contribución que le correspondieron al concejo "por ser casi todos pobres labradores sin posibles y muy poca gente acomodada". Aparcados quedaron proyectos de 1854 para la recomposición de algunas pasarelas y la construcción de los puentes previstos en El Requejo, La Presa, en la "Ería del Prestín"-para paso del correo y vecinos a pie-, y un puente de madera en Remolina, así como otro sobre el río Piloña para acceder a Viabaño y dar servicio de entrada a los vecinos de Arobes" (concretamente éste último puente tendría que esperar 110 años más para hacerse realidad). Por la misma razón, los caminos del Boquerón y Pedro Goloso en Llames de Parres -como tantos otros- se quedaron sin arreglo. Las sextaferias ya eran habituales en esos años, casi obligatorias ante la falta de respuesta de quienes deberían acometer las obras previamente solicitadas. Los recaudadores de impuestos que se nombraban cada mes de enero tuvieron en ese año -y en tantos otros- poco trabajo y hasta los "Buleros de la Cruzada" (otros recaudadores reales) encontraron muchas puertas cerradas y la mayor parte de las despensas vacías. De esta forma lo que menos importaba eran los pequeños problemillas que suelen surgir en los pueblos; como el ocurrido por aquellas fechas en Santo Tomás de Collía, donde el cura se quejaba de que cierto vecino le tenía interceptado el acceso al cementerio y no podía entrar con los cadáveres al mismo, e incluso le había derribado las dos pilastras de entrada y el tejadillo de la misma, por lo que solicitaba al alcalde que enviase una comisión para solucionar el problema con rapidez. Pacientes en tantas ocasiones, resignados o dóciles a la fuerza... hasta que tanto va el cántaro a la fuente que añicos se hace; porque sobrevivir era motivo suficiente para intentar subvertir ciertas situaciones cuya solución se hacía esperar durante demasiados años. Pero el fracaso solía ser el pan de cada día.

Con las esperanzas de cambio truncadas de nuevo, al concluir con el clásico golpe militar español el bienio progresista de Isabel II y con la nueva Constitución de ese año 1856 -que no llegó ni a promulgarse- (de ahí que la llamasen la "non nata"), pocas ilusiones les quedarían a nuestros vecinos -y a casi todos los asturianos- de salir de la penuria y el atraso casi congénito. Un total de cinco constituciones vio el siglo XIX español. Demasiados cambios en un país siempre dado a la inestabilidad y el desgobierno.

Y como más arriba hablamos de que el Ayuntamiento parragués no tenía casa propia, bueno es que terminemos estas líneas recogiendo lo anotado en la última reunión de la Corporación municipal de aquel año 1856, el cual se cierra con un acta reivindicativa.

Como en el mes de agosto de ese mismo año el dueño de la casa que ocupaban como Ayuntamiento los apremió a que la abandonasen por expirar el contrato de arrendamiento, los electos ocupantes del mismo fijaron sus ojos en el cercano edificio que ocupaba el solar en el que hoy se encuentra el Ayuntamiento, solicitando a su dueño que se lo vendiese. Todo ello tras no encontrar otro edificio para arrendar, puesto que "atendiendo a que en esta capital los almacenes que hay reservados para castañas, avellanas y maderas -para conducir por la ría al puerto de Ribadesella- ninguno de los propietarios accede a aforarlos y que como la casa que pretendemos comprar se encuentra en el lugar más céntrico de Las Arriondas -capital de esta jurisdicción de Parres- (que lo era sólo desde hacía veintinueve años) mandamos certificación al Gobernador para que con arreglo al párrafo 14, artículo 81 de la ley de ayuntamientos vigente se sirva aprobarla si así lo considera justo y verificado, para que se proceda formalmente a la compra del citado edificio y -si el actual dueño no acudiese a venderla- se inicie el expediente de expropiación y, en ese caso, se tasaría por los maestros de cantería y carpintería que darían su presupuesto y así proceder al reparto vecinal en atención a que el ayuntamiento carece cumplidamente de fondos". De modo y manera que -en su origen- aquella nueva Casa Consistorial parraguesa sí se puede decir con propiedad que estaba llamada a ser la verdadera "casa del pueblo", pues entre todos nuestros antepasados se haría el reparto de cuotas para pagarla. Otra historia ya es de dónde iban a sacar los vecinos los miles de reales necesarios para este fin en aquellos tiempos de hambrunas, calamidades, familias numerosísimas y necesidades sin límite. Trece años después se presentaron los planos de la primera reforma integral del actual edificio, a la que seguirían otras varias ya en el siglo XX.