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Sinariega, balcón del Sella

"No pierdes detalle de la prueba", afirman los vecinos del lugar, que cuenta con amplias vistas del Descenso internacional en piragua desde la sierra de Peñellana

José Antonio Suárez, Nicanor Sánchez, Javier Suárez, José Antonio Llano, Pepe Suárez y Miguel Ángel Rosete en La Portiella, bebiendo licor de andrinos casero. C. CORTE

Si en algo coinciden los habitantes de las diez casas abiertas que quedan en Sinariega es en que no hay mejor sitio para ver el Descenso internacional del Sella que desde la sierra de Peñellana. "La vista abarca casi 10 kilómetros y no pierdes detalle de los piragüistas, la carretera y sus atascos y el tren sellero", cuenta Miguel Ángel Rosete. Por eso "es tradición que los vecinos caminen un kilómetro y medio hasta allí, bocata en mano, cada primer fin de semana de agosto para ver la prueba". Guarda este monte varias sorpresas como trincheras y dos nidos de ametralladoras, herencia de la guerra civil. "A los pies de la falda está la cueva de la Lloba, donde el pueblo se escondía de los bombardeos, a medio camino El Greyu para los soldados y en la cresta el refugio Garma el Rozacu", explica Rosete, cuya fascinación por el lugar que le vio nacer lo llevó a recopilar en el libro "A papadín y a papadín... Sinariega" la historia y costumbres de sus gentes y a animar a los vecinos a candidatarse como "Pueblo ejemplar" 2014.

Si la sierra de Peñellana limita al Sur, este pueblo perteneciente a la parroquia de Santa María Magdalena de Cayarga está protegido por El Castiellu y Mesariegos al Este y Oeste, respectivamente. Al Norte se encuentra el monte de Moru. Allí, según José Antonio Suárez "aparecieron en los años cuarenta cuando se pusieron a plantar pinos medallones y objetos de los moros". Aunque en el pueblo no se recuerda la existencia de chigres, "nunca falta algo que beber". De eso se encarga Suárez, de 69 años, más conocido como "Pepe el de la Portiella". Allí, en el número 13, en el lugar en que antes hubo un pequeño llagar, se reúnen a menudo los vecinos para charlar y probar el licor de andrinos que hace su mujer, Tere Ureta. Hablan de los tiempos en que la agricultura y la ganadería eran el principal motor económico y el que tenía más de 4 vacas era el rico del pueblo. Reflexionan sobre cómo mejoró la cosa desde la primera traída de agua de la fuente del Robledal, en 1966, en la que participó el pueblo sin ayuda municipal o de lo mucho que tardó en llegar la electricidad, hasta 1974. También de mil pillerías como cuando la profesora de la escuela de Cayarga, que cerró en 1964, les castigaba con los brazos en cruz o el primer cigarro que fumaron. "La hoja la robábamos a mi abuelo Miguel Rosete, que tenía el tabaco secando en la tenada y que fue uno de los tantos indianos que volvió de Cuba sin fortuna pero con cultura y apertura de miras, que le llevó a emprender negocios innovadores como una incubación de pitos", relata el nieto con el mismo nombre.

"En la finca donde yo vivo en Les Tercies, está la capilla de San Cosme y San Damián, construida por indianos mexicanos. Allí veneraban a la virgen de Guadalupe", explica José Antonio Llano. "Pero yo nunca vi la imagen porque la llevaron una década antes de que yo llegara, hace 49 años", apunta. La que sigue en activo es la de San Nicolás, construida en el siglo XVIII y de estilo barroco, según cuenta el cronista oficial de Parres, Francisco Rozada.

Al lado de la construcción religiosa se encuentra el prado donde "el primer sábado de septiembre hacíamos fiesta con comida, subasta del ramu y carrera de cintas de caballos incluida", cuenta el ganadero Javier Suárez, de 63 años. "Se dejó de celebrar en 2007 pero la recuperaremos el próximo año", adelanta. El amagüestu es otra de las actividades recuperadas por los vecinos. "Colocamos las castañas en una pila de rozu y prendemos fuego hasta que se asan", explica Nicanor Sánchez. "Y para bajar la fartura nada mejor que un paseo por la ruta de la corona Castiellu, antiguo referente de marineros y que empieza en Sinariega", añade.

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