El temor a una involución, a que la dispersión del voto hiciera ingobernable el Estado y a la escasa formación democrática de la gente llevó a los políticos de la transición (derechistas, centristas e izquierdistas) a construir un sistema dominado por los aparatos de los partidos, con un ejecutivo que usurpa las funciones del legislativo y controla al judicial, y en el que no existen mecanismos de fiscalización de las acciones de los gobernantes. Un sistema que llevó a las cúpulas de los partidos no los más capaces, sino a los más serviles. Y que ha acabado convirtiendo a los partidos en agencias de colocación de parientes, simpatizantes y amigos. Hay que superar la partitocracia, por ejemplo, con un sistema electoral mayoritario uninominal, por circunscripciones o distritos, en el que no compitan listas, sino personas. Personas que así no tendrán que rendir pleitesía al aparato de un partido, sino cuentas ante los electores.
