Sopa de fideos (el único plato caliente), embutido y barritas energéticas. Fue todo el menú que tuvieron a mano los espeleólogos que han pasado tres días en las entrañas de los Picos de Europa durante un trabajo que servirá para tener más y mejor controlados los terremotos en España.

En esta primera parte de la tarea todo salió bien y el viaje al corazón de Asturias ha sido "fenomenal y agradecido", en palabras del equipo integrado por el científico del Instituto Geológico y Minero de España Raúl Pérez y los bomberos Bernat Escrivá y Antonio Marcos. Los tres finalizaron pasada la medianoche del viernes el trabajo en la torca del Cerro -en Cabrales, en pleno parque de los Picos-, una de las más peligrosas y la más profunda del país, con 1.589 metros de profundidad. El trío forma parte del equipo Sismosima, destinado a encontrar correlaciones entre la ocurrencia de terremotos y las emisiones de gases en las cuevas.

Ellos han llegado hasta una profundidad de 445 metros y lograron el 100% de su objetivo. Fue un trabajo sobresaliente. "Ha sido una experiencia muy intensa. Hemos trabajado durante más de trece horas al día. En estos momentos sólo queremos dormir y descansar", aseguraron ayer tarde mientras volvían en coche a Madrid tras haber permanecido desde el miércoles en plena faena. Entre lo primero que hicieron tras la vuelta -a pie hasta Bulnes y luego a Poncebos en funicular- fue obsequiarse con una contundente comida base de patatas con angulas y chuletas de cordero, "en el primer bar de carretera que encontramos". Un menú que les supo "a gloria".

Los especialistas están contentos. "Hemos logrado todo lo que nos habíamos propuesto. Estamos muy satisfechos", recalcó Raúl Pérez. El equipo colocó cinco de los trece sensores que llevaban para monitorizar la temperatura en el interior de la sima y, además, pudieron completar un experimento de la Universidad de Cantabria para medir la radiación del gas radón. "Hemos colocado los sensores en lugares muy seguros y tocando roca", señalaron. El objetivo final del proyecto que dirige Carlos Flores es hacer un perfil térmico vertical en la torca del Cerro, para comparar los datos de esta zona no afectada por seísmos con los de otras cavidades donde sí se registran.

Durante el descenso hasta los 445 metros de profundidad en el que fueron preparando el camino que facilite el trabajo de las siguientes expediciones que tomarán su relevo en tan sólo unos días, se toparon con los restos del rescate llevado a cabo para sacar de la sima cabraliega el cuerpo de un espeleólogo húngaro fallecido tras precipitarse por una chimenea de 86 metros de profundidad en 2005.

"Encontramos una placa y un casco que dejaron las personas que sacaron el cuerpo del científico húngaro. Nos vino muy bien parte de la instalación utilizada durante aquel rescate", indicó Raúl Pérez. El equipo bajó a las profundidades de los Picos abundante material científico y provisiones en multitud de sacos. Tras 72 horas, sus cuerpos, empapados de agua durante buena parte del tiempo, comenzaron a dar señales de agotamiento.

"Al final estábamos con las orejas de punta. El cansancio acumulado hace que puedas cometer errores", explicó Raúl Pérez. Y es que cualquier error, a medio kilómetro bajo tierra, puede resultar fatal. Presentes en la mente de los tres espeleólogos en todo momento estuvieron sus familias y seres queridos. Ninguno descendió a la sima con amuleto alguno. "El cerebro, debido al trabajo acumulado tras tantas horas, ya no responde como al principio", reconoció agotado Raúl Pérez. "En estos momentos sólo pienso en dormir. Dormir no 15 horas seguidas, sino cinco u ocho horas como una persona normal", dijo.