La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Tomás Fernández, "matrimonio" de altura

"Espero jubilarme aquí; ni sé hacer otra cosa, ni quiero", subraya el guarda cabraliego, que cumple veinticinco años al frente del refugio de Urriellu

Tomás Fernández, "matrimonio" de altura

Quedó atrapado por la nieve tantas veces que ha perdido la cuenta, tuvo que ser rescatado en dos ocasiones y trasladado al hospital en helicóptero a causa de sendos cólicos nefríticos (las dos únicas veces en su vida que acudió al médico), pasó mucho frío, le tocaron tempestades y vientos de hasta 120 kilómetros por hora, y vivió de cerca demasiadas tragedias. Y a pesar de todo el guarda Tomás Fernández asegura que los veinticinco años de "matrimonio" que cumple este año con el refugio de Urriellu han sido, sobre todo, de felicidad. Le gustaría seguir al pie del Picu hasta la jubilación. "No sé hacer otra cosa. Ni quiero", afirma.

Tomás Fernández, nacido en Sotres (Cabrales) hace 57 años, llegó como guarda al refugio de Urriellu el 31 de diciembre de 1990. Desde entonces ha sido, según afirma, su "segunda casa". Hacía dos meses largos que se había reinaugurado, tras una ampliación. El cabraliego, que ya había ejercido como guarda en otros lugares de los Picos de Europa, halló el refugio en pañales. Apenas si tenía unas cuantas mesas, una cocina de camping gas, leña y carbón que no podían utilizar... Ni había agua, ni calefacción ("el primer invierno pasé más frío que en toda mi vida", rememora). Hubo que adquirir de todo: literas, menaje, cocina... E ir mejorando la instalación poco a poco, con la ayuda del Principado, que costeó el almacén y el generador. El caso es que el refugio no sé cerró ni un solo día en veinte años. "Fue tremendo", rememora Tomás Fernández.

Sólo hace cinco años, al renovarse la concesión (el refugio es gestionado por la Federación de Montaña del Principado de Asturias), el guarda cabraliego y sus actuales compañeros, Íñigo Garmilla y Sergio González, solicitaron cerrar del 15 de diciembre al 15 de marzo. Les hicieron caso, aunque siempre está abierta una zona vivac con 6 literas y mantas.

Tomás Fernández asegura que "lo suyo" con el refugio y el Urriellu fue un flechazo. Cuando iba a cumplir 14 años subió con un familiar y se quedó sorprendido por lo limpio que estaba el edificio, "con las mantas dobladas como en un cuartel, con cuatro velas y, sobre todo, con cuatro latas de sardinas y otras tantas de bonito", señala. "Pero si esto es mejor que mi casa", pensó aquel chaval, que se comió una lata por la mañana y otra por la noche. "Había una luz impresionante", añade. "No lo recuerdo, pero lo mismo aquel día decidí que quería ser guarda de refugio", señala.

Ahora necesita la montaña. Si se la quitaran sería "como si me cortaran las piernas". Reconoce que le gusta la soledad. "Puedo pasar veinte días sin hablar con nadie ni una palabra, aunque también me gusta hablar mucho. Y cada tres o cuatro meses necesito estar unos días solo", indica.

Desde su atalaya, Tomás Fernández ve las montañas, pero también el mar: la playa de San Antolín, San Vicente de la Barquera... Recuerda algunas tragedias. Y muchos rescates. No hace mucho un montañero portugués le dio un abrazo y le dijo: "tú no te acordarás, pero me salvaste la vida. Lo último que recuerdo de aquel día era que me estabas dando hostias para reanimarme, y ya después, el hospital". Otro compañero de aquella cordada no tuvo tanta suerte y falleció.

Pero pesan más las alegrías. Lo suyo es "vocacional", asegura tras 37 años en el oficio. Más que el negocio le interesa "el servicio, ayudar a las personas". Y de entre el ejército de personajes que han pasado por "su" refugio recuerda que le impactaron especialmente dos: el alpinista inglés Chris Bonington, "un genio de la escalada", y el banquero Rafael Termes, con ideas políticas y religiosas opuestas a las suyas (Tomás Fernández es socialista), pero con el que conectó, claro está, hablando de la montaña.

Compartir el artículo

stats