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Un camarógrafo reconvertido en quesero

Pepitu González cobraba 250 pesetas, una Coca-Cola y tres Huesitos por pasar películas en el Colón; hoy elabora queso en los Picos

Pepitu González, en el mercado dominical de Cangas de Onís. J. M. CARBAJAL

Sus primeros coqueteos profesionales fueron a principios de la década de los 80, cuando era un mozalbete, como ayudante de operador cinematógrafo en el Cine Colón -inaugurado el 5 de septiembre de 1955 con "Tambores Lejanos" y cerrado a la proyección en 2010-, en la urbe canguesa. Los quehaceres camarógrafos los ejercía junto a Juanín Sarmiento González, su auténtico mentor en esas lides. Sin embargo, el futuro laboral acabó centrándose en su gran pasión: pastor y elaborador de queso en la Montaña de Covadonga.

José Ramón González Rivero, al que todos conocen por "Pepitu", tiene 48 años y nació en el populoso barrio del Fondón, a la vera del río Güeña. Quinto de seis hermanos, su progenitor José Antonio González Soto ("Pepe, el de Eduardín") se dedicó toda su vida al mundo agrícola y ganadero, en tanto, su madre Mari Luz Rivero Suco fue ama de casa. Se apuntó a un módulo de FP de Electricidad, pero no lo finalizó.

Mientras pudo, simultaneó aquellas iniciales tareas como operador en la cabina del Cine Colón con los estudios. Pero los libros no se le daban bien. Recuerda con especial cariño la proyección de la película "El Cabezota" (1982), estrenada en el citado local y rodada en Cangas de Onís y alrededores. Varios fueron los vecinos que participaron de extras en la película, cuyo elenco de actores lo encabezaron Manuel Alexandre, Jacqueline Andere, Antonio Gamero y Álvaro de Luna.

El estreno de "El Cabezota" resultó épico en el Cine Colón, pues la película se proyectó durante una semana. "Estaba lleno hasta la bandera", recuerda Pepitu González. En aquellos tiempos percibía 250 pesetas por sesión, "además de una Coca-Cola y tres Huesitos, que nos daba Félix". Las primeras pesetas las invirtió en comprar alguna que otra oveja a un tratante de Pola de Siero. Y es que el sueño del joven camarógrafo cangués era llegar a tener su propio ganado, algo que, con el transcurso del tiempo, se convirtió en realidad, a lo que añadió la elaboración de queso.

De hecho, con 17 años, subió al puerto con 25 ovejas, 25 cabras y una vaca ratina a "El Espadañal", tras alquilarle una cabaña a Gala "el de Corao-Castiellu", donde pasó dos campañas veraniegas. El cumplimiento del servicio militar, segundo reemplazo de 1986, le supuso un parón en la actividad ganadera. Tuvo suerte en la "mili", que le tocó en la ciudad castellano-leonesa, como de camarero de oficiales. Iba con nociones de hostelería, ya que sus hermanos regentaban un conocido pub. "Fue Presen, la mujer de Ito Cofiño, quien me recomendó", matiza.

Licenciado, una vez cumplidos los preceptivos doce meses de "mili", José Ramón retornó de nuevo a Cangas de Onís. Eso sí, se tomó un respiro en lo de continuar como pastor y prefirió meterse a tratante de ganado, durante casi cinco años. La cosa no le salió nada bien. "Entre unos y otros me arruinaron", asevera con aplomo. Y, tras ese traspié profesional, vuelta a empezar de cero, ahora retornando, nuevamente, a la montaña.

Se lió los bártulos a la cabeza y se instaló en Jou Cárabu, en la parte baja del puerto de Covadonga, con 160 cabras, otras tantas ovejas y 5 vacas cruzadas. Le tocó vivir en sus carnes los ataques de los depredadores, en un periodo muy crudo y difícil. "Llegué a perder, entre muertas por ataques del lobo y desaparecidas, más de la mitad de la cabaña que poseía", explica. Aquello no le amilanó, sino todo lo contrario. Estuvo casi tres años sin bajar a Cangas. Más adelante pasó a vivir a la Vega de Fana, en una cabaña que le cedió Marceliano, el de Teleña. Tuvo que ir poco a poco adaptándose a los requisitos necesarios e indispensables para la elaboración del queso en el puerto alto, pues era asiduo a la participación en los certámenes comarcales.

Devoto de San Antonio de Padua, espera poder acudir a la fiesta el próximo año. "Llevo catorce años sin poder bajar a San Antonio, aunque todos los años envío un queso para que lo subasten en la capilla", relata Pepitu González, quien, entre diciembre y mayo, reside en la zona de Güesera, junto a su compañera; y de mayo a diciembre, en la Vega de Fana. "Ser pastor y quesero en el puerto es un trabajo más. Te tiene que gustar", explica. Además, desde hace varios años, suele acudir cada domingo al mercado cangués.

De momento, su vida transcurre vinculada al puerto de la Montaña de Covadonga. Atrás quedan aquellos intentos de practicar, cuando era un chaval, el fútbol o el piragüismo. "Era muy malo", asegura. Pero había otra disciplina que le atraía mucho más: la escalada, en sitios como les Cuevones o La Morca, junto a Manolín Villarroel. En el puerto queda poco tiempo para el ocio o el entretenimiento, tan sólo escuchar la radio. Quería ser pastor y ahí está, siendo uno de los escasos elaboradores de queso del puerto alto que se mantiene en esa actividad, a la espera de acudir el 12 de octubre, como en anteriores ediciones, con sus piezas al Concurso-Exposición de Quesos de los Picos de Europa.

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