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"Somos una especie en extinción"

Artemio Asprón, nuevo miembro de mérito de la Cofradía de Amigos del Gamonéu, llama a defender el sector: "Nos ataca el lobo constantemente y ya no hay pastos"

Artemio Asprón Braniella, ayer, en el barrio de La Salgar, en Gamonéu de Cangas de Onís. CRISTINA CORTE

Loco de contento "porque presta que se reconozca una vida dedicada al trabajo". Así está Artemio Asprón Braniella, que el sábado será reconocido como cofrade de mérito por la Cofradía del Queso Gamonéu en el Teatro Colón de Cangas de Onís.

Este vecino de Gamonéu, de 86 años, avisa de que aprovechará la oportunidad para agarrar el micrófono e informar al auditorio de la difícil situación que atraviesan los pastores. "Están en peligro de extinción; cuando yo empecé había más de 50 en el puertu y hoy quedan dos por culpa de los continuos ataques del lobo a la ganadería y porque ya no hay pastos, son todo cotoyas que no dejan quemar", explica. Prueba de ello es que sus dos hijos, José Antonio y Carmen, optaron por deshacerse de la reciella.

Asprón, que con menos de dos años ya correteaba a sus anchas por las montañas de Covadonga, aprendió el arte de hacer gamonéu observando a su abuela Brígida Suero y a su madre Josefa Braniella en Tollieyu. Con poco más de doce años tomó el relevo de la producción tras el fallecimiento de esta última. A diario lidiaba con 30 cabras y otras tantas ovejas, además de una docena de vacas, para obtener las tres leches que conforman el preciado queso. Si el verano lo pillaba en su cabaña de Tollieyu, pasaba la invernada en Jaidiellu. Formaba un perfecto tándem con su mujer Soledad Suero, pastora en la Vega Ceñal, fallecida hace más de una década.

La producción media era de 4 kilos al día. Las duras condiciones de vida en el puerto le llevaron a plantearse marchar a Brasil con su hermana Agustina. "Dormíamos en un colchón de cotoyas con una manta de lana de oveja como sábana, sin electricidad; la cama separaba la leña de la foguera porque entonces se maduraba en una chispera el queso, lo de las cuevas vino después; se trabajaba mucho y se aguantaban buenas mojaduras", relata.

Llegó a hacer un depósito en una agencia de Oviedo y con la maleta ya hecha decidió a última hora pasar la ropa al zurrón y echarse al monte, porque desde el país latinoamericano no se puede ver la Peña Santa mientras se degusta un buen pote. La misma que no vislumbra desde que el párkinson le provoca ciertos problemas de movilidad. Pero no pierde el optimismo y ahora le basta con observar en su casa del barrio de La Salgar, en Gamonéu, los más de veinte trofeos obtenidos en los concursos queseros por la Feria del Pilar en Cangas. Asprón lo tiene claro: el secreto para elaborar un buen gamonéu está en la limpieza. "Lo importante es tener los aperos inmaculados al mecer y evitar que se pique la leche al echar el cuayu y mezclar", cuenta.

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