Más mozas que mozos y un "Guirria" de lo más besucón. Este es el balance de la concurrida y soleada fiesta que se vivió ayer en la localidad pongueta de San Xuan de Beleño. Se apuntaron veintiún solteros (que van a caballo pidiendo el aguinaldo por las casas) y veintiséis solteras, de modo que tras el sorteo de Nochevieja para emparejar a unos y otras fueron cinco las que quedaron "en cántaru" hasta el año que viene. Si hubiera sido al revés, entre estos mozos sin pareja se habría sorteado quién encarnará al "Guirria" el año que viene.

Es el protagonista absoluto de la jornada y, ataviado con el característico traje amarillo y azul, que remata en un capirucho y completa con barba, zurrón y un gran palo para apoyarse, tiene que recorrer junto a los mozos las calles de San Xuan y Cainava, repartiendo besos a las mujeres y tirando ceniza a los hombres. Quien le dio vida ayer cumplió su cometido con creces, pues no quedó ni una sola mejilla femenina sin besar ni tampoco acabó el día con ceniza en el zurrón. El personaje partió al mediodía del barrio de Varaes, donde un público cada vez más abundante esperaba su salida, cámara en ristre. Entre el público, de todo: desde los más fieles, como Emilio Vega de Taranes, que acude a la fiesta desde hace unos veinte años, hasta la ovetense Cristina Granel, quien se desplazó desde la capital "expresamente para ver esto" después de que unos familiares lejanos de Beleño le explicaran en qué consistía. "Está muy bien. El 'Guirria' se enrolló mucho con la gente", opinó la espectadora.

Pedro Gallinar, vecino de la localidad pongueta, vivió la tradición de mozo en los años cincuenta. "Marché muy joven y participé pocas veces. Me habría gustado ir más", explicó ayer antes de comentar que la fiesta "viene a ser lo mismo" que cuando él era mozo, a diferencia de que "entonces había más gente, más aguinalderos y más caballos". Las ediciones actuales, sin embargo, han ido ganando en el público que se acerca hasta San Xuan de Beleño para ver un espectáculo que ayer se cerró sin sucesos graves, pero con algún que otro incidente. Minutos antes de comenzar el desfile uno de los jinetes sufrió una aparatosa caída mientras cabalgaba en dirección al barrio de Varaes. Montaba un caballo que, al parecer, el día anterior ya se había mostrado nervioso.

Por otra parte, uno de los parroquianos apostados a la puerta de uno de los barres de la capital pongueta no recibió demasiado bien al "Guirria" y trató de propinarle algún que otro bastonazo, un gesto que el personaje correspondió con un buen puñado de ceniza en la cara del hombre antes de continuar corriendo carretera abajo para alcanzar a los aguinalderos, que lo subieron a un caballo.

Allí los esperaba, entre otros muchos vecinos y visitantes, la joven Katia Montoto y sus amigas. Natural de Gijón pero con casa en la capital pongueta, a sus dieciocho años no se ha perdido una sola de las fiestas desde que pudo participar como moza, a los quince años. Ayer esperaba con ganas que los aguinalderos llegasen a su casa para dejarle la papeleta y conocer con qué mozo la había emparejado el sorteo. Él tendrá que darle un regalo y ella lo invitará a cenar, una tradición que Montoto ha vivido siempre. "Me tocaron mozos cumplidores, y de diferentes edades", explicó ayer, atenta a canciones como "El Aguinaldo" o "Viva Ponga", que los mozos entonan casa por casa. Si los dueños están, salen y les invitan a comer y beber algo, y hay quien también les hace un donativo económico.

Ahora tocan dos fiestas con verbena: una para los aguinalderos más jóvenes, los veintidós niños que siguieron a los caballos en burro (y para los menores de dieciséis años que así lo quieran) y otra para los mayores, que se celebrará en Reyes. La tradición resiste en Ponga el paso del tiempo -nadie sabe a ciencia cierta cuándo empezó a celebrarse el "Guirria"-, a las heladas y a las gripes como la que ayer arrastraba Isidoro González Muñiz, quien ha permanecido fiel a la cita desde que tenía cuatro o cinco años hasta los dieciocho con los que ayer dio la bienvenida al 2017.