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Radiografía de una actividad turística de éxito

Los peros del Descenso del Sella

Los visitantes que bajan el río en canoa acusan la falta de baños, el exceso de embarcaciones y la proliferación de chiringuitos ilegales

A la izquierda, uno de los chiringuitos irregulares de la ribera del Sella. CRISTINA CORTE

En plena guerra contra la proliferación de chiringuitos ilegales en el entorno del Sella y con el debate abierto sobre la necesidad de regular el número de canoas que cada día desciende el río, LA NUEVA ESPAÑA ha remado los quince kilómetros que separan Arriondas de Llovio para testar el sentir de quienes realizan una de las actividades más populares de turismo activo del Principado.

El primer paso es pagar el servicio en la oficina, que incluye la canoa -de una a tres plazas-, el remo, el chaleco salvavidas y un bidón estanco con pic-nic (una empanada, un bollu preñáu, agua y chocolatina). Los usuarios se sienten, en general, satisfechos con el precio, de unos veinte euros por persona y que contempla el traslado de vuelta a las instalaciones para darse una ducha.

Tras identificarse y firmar en un registro, el monitor asignado hace hincapié en la necesidad de llevar un teléfono en el bidón por si hay una emergencia, así como crema, mapa de situación, ropa de baño y calzado cómodo. También advierte de que sólo hay dos puntos habilitados para la recogida: Torañu (7,5 kilómetros que se recorren en dos horas) y Llovio, una meta para la que se requiere de media al menos 240 minutos. Ya a pie de río, lanza unos breves consejos sobre cómo manejar el remo y una advertencia: antes de las seis de la tarde, hora tope de llegada marcada por Confederación Hidrografica del Cantábrico, hay que estar fuera del agua. El anuncio causa inquietud entre los usuarios, que miran el reloj con el temor de no estar suficientemente en forma para completar a tiempo el trayecto.

A escasos metros de empezar a remar se escucha una música machacona. Proviene del altavoz de uno de los tres chiringuitos ilegales que encontramos a lo largo del recorrido, los tres ubicados antes de llegar a la pasarela de Fuentes. Allí, dos varones de edad media despachan cerveza detrás de una barra improvisada con poco más que una mesa, una sombrilla y una nevera de playa. Lo hacen sin camiseta y fumándose un cigarrillo. En el suelo pueden verse varias bolsas de plástico de supermercado y algo de basura, muy lejos de la imagen de "Paraíso Natural" que el Principado publicita. Algunos turistas se paran a consumir, sin ser conscientes de la amenaza que supone la venta: los productos no pasan ningún control sanitario y plantean una competencia desleal para los tres negocios que si cumplen con la normativa vigente y pagan sus impuestos.

El calor invita a aparcar la canoa y darse un chapuzón, pero el olor y color que desprenden los vertidos que llegan de la depuradora de Ricao hacen que muchos turistas pospongan la parada, no sin antes hacer un gesto con la cara en señal de desagrado.

Parar en chiringuitos legales como el de Toraño tampoco es fácil en los días soleados. El motivo: es casi misión imposible encontrar un hueco libre en el que dejar la canoa. Si se consigue, empieza la pelea por encontrar una silla de plástico libre para tomar una cerveza (la de lata cuesta dos euros) en un prau bien habilitado para acoger a la multitud.

Otro de los problemas de los centenares de personas que a diario hacen el descenso de canoa es el de encontrar un lugar donde hacer sus necesidades. Así, es frecuente ver la poco decorosa imagen de niños y mayores agachados en las orillas haciendo de vientre. Pese a que algunos turistas madrileños incluso bromean sobre que hay más canoas en el río Sella que en coches en la carretera M-30 de Madrid, la experiencia es positiva.

El recorrido transcurre por un paraje natural único que hace que pronto se olviden las deficiencias. Los amantes del deporte, la naturaleza y la fotografía pueden ver colmadas sus expectativas ya que, además de hacer ejercicio, se pueden captar con la cámara patos y hasta vacas en los prados colindantes.

Al completar el recorrido hay que estar atento para identificar el embarcadero que corresponde a cada una de la veintena de empresas de canoas. Los monitores no dan abasto para recoger a pulso canoas y chalecos. Pese a ello, no pierden la sonrisa y, antes de devolver a sus clientes a las instalaciones para una ducha, preguntan cómo ha ido el trayecto. "Nos lo pasamos en grande, disfrutamos del paisaje, pero había un poco de descontrol; repetiríamos si hubiera menos gente", responden usuarios como el madrileño Adrián Díaz.

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