"Quiero dar las gracias a todo Cangas". Así se expresó ayer Luis González Soto, de casi 90 años, tras la infinidad de muestras de cariño y gratitud recibidas de sus convecinos. Ha sido sacristán de la parroquia de Santa María de la Asunción de Cangas de Onís durante los últimos 52 años. González presentó su renuncia, mediante una carta, el pasado viernes, día 30, después de unas desavenencias con el nuevo párroco, José Antonio Alonso Artero, encargado de la Unidad Pastoral de Cangas de Onís-Amieva-Ponga-Onís desde hace poco más de dos meses.

"El señor párroco -Alonso Artero- me trató como a un delincuente, con prepotencia y alevosía. Con mucha soberbia. Mi pecado fue pasar en misa las cestas porque no había nadie que quisiera hacerlo. Vaya pecado que cometí. ¡Que Dios se lo pague!", comentó González a LA NUEVA ESPAÑA. "En estos 52 años colaborando con la parroquia tuve a tres párrocos: don Juan Bautista Fernández Díaz, con el que estuve quince años, un cura de los pies a la cabeza; don Luis Álvarez Suárez, que permaneció treinta y un años y siguió la estela de don Juan, y don José Manuel Fueyo, con este último seis años, un sacerdote que hizo mucho por la parroquia, especialmente en el cementerio. Nunca tuve ni una queja de ellos, al contrario", manifestó.

Su dimisión ha caído como un jarro de agua fría entre los vecinos de Cangas de Onís, creyentes o no, pues se trata de una persona muy conocida. Y más por su colaboración con la parroquia a lo largo de más de medio siglo de forma desinteresada. Luis González está muy afectado por la decisión adoptada, a la vez que abrumado por las muestras de cariño de sus convecinos.

Marcos Cuervo Martínez, el otro párroco encargado de la susodicha Unidad Pastoral, trató de quitar hierro al asunto dirigiéndose a los escasos feligreses que asistieron a la misa del pasado domingo e intentó disculpar lo que aconteció con Luis González Soto -sin llegar a mencionarle en ningún momento-, apuntando a las dificultades auditivas del octogenario sacristán. Luis González dijo ayer que nadie le había transmitido excusas personalmente.