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Un histórico local de la capital piloñesa que echa el cierre

Adiós a El Tamanaco, refugio de la emigración

El hotel restaurante, que tomó el nombre de otro en Venezuela, fue destino del veraneo indiano y en él comieron su boda cientos de asturianos

Adiós a El Tamanaco, refugio de la emigración

El Tamanaco, histórico hostal-restaurante de Infiesto, cierra sus puertas. Sus propietarios, los hermanos Manolo y Aidé Aladro, abandonan la gestión por motivos personales pero confían en que el alguien lo compre o lo alquile y dé un nuevo impulso al establecimiento, en el que no pocos asturianos celebraron su banquete nupcial.

El local era a comienzos del siglo XX una casa señorial, propiedad de doña Manolita Vigil Escalera, viuda de Joaquín Valle. Al fallecer Manolita sin descendientes unos sobrinos de Pola de Siero heredaron la vivienda, ubicada en el número seis de la calle Martínez Agosti de Infiesto.

Tras la guerra civil española la planta baja comenzó a ser utilizado por el club de tenis de Infiesto mientras que en el primer piso funcionaba un casino, de acceso restringido sólo para socios de la alta sociedad. En un local muy pequeño del bajo comenzó a regentar un bar el vecino José Ramón Prida. Las reducidas dimensiones del negocio le valieron el sobrenombre de "El Barín".

En 1959 el padre de los actuales dueños, Manuel Aladro Peláez, compró el inmueble -entonces de dos plantas, hoy de cuatro- y lo reformó por completo con el fin de poner en marcha una cafetería y un hotel. Aladro, natural de la localidad piloñesa de Belonciu, había emigrado a Venezuela para hacer fortuna y allí trabajó como ingeniero de vuelo de la Línea Aeropostal Venezolana.

Por poderes contrajo matrimonio con la piloñesa Aidé Antuña, de Vegarrionda, que se trasladó a vivir con su marido a Caracas, donde nacieron sus dos hijos. "Fue ella la que convenció a nuestro padre para que comprara el local y así poder dar trabajo a su media docena de hermanos", explican los descendientes y actuales dueños, ambos licenciados en medicina. El Tamanaco se inauguró en 1960, coincidiendo con las fiestas y ferias de Santa Teresa en Infiesto. El nombre fue elegido en honor a un hotel homónimo de lujo que funcionaba en Caracas con éxito.

Un año más tarde, la familia regresó a Asturias para disfrutar de unas vacaciones y la matriarca decidió que no volvería a Venezuela. Se quedó al frente de la empresa, que cogió fama gracias a sus guisos.

El Tamanaco pronto se sumó al negocio de los banquetes de boda, en el que el restaurante La Palmera -ya cerrado- era pionero. Por aquel entonces el único hotel de Infiesto era La Gran Vía, así que decidieron expandirse y habilitar dieciséis habitaciones en los dos pisos superiores de viviendas. Los cuartos con balcón, que tenían baño propio y vistas al río Piloña, eran demandadas por emigrantes, principalmente mejicanos y puertorriqueños, que pasaban el verano en la capital avellanera.

"En invierno también estábamos llenos porque venían muchos viajantes de paso a vender telas y otros productos y como las comunicaciones eran malas se quedaban", apunta Aidé Aladro. Si los menús de boda -el restaurante contaba con dos salones con capacidad para doscientas personas- al principio eran sobrios (a base de pollo, huevos con guarnición o truchas con jamón), el boom económico que experimentó el país permitió a partir de mediados de los sesenta hizo que los clientes apostaran por platos más caros, como el pixín alangostado, cordero, especialidades de la caza. "Venía mucha gente de la Cuenca y por ahí a casarse en La Cueva y al principio hacían sólo comida, pero después las celebraciones comenzaron a alargarse e incluían cena al haber un salón de baile en el que llegaron a actuar grupos como 'Los Juniors'", señala Aidé Alonso.

El negocio daba empleo fijo a once personas y a la plantilla se sumaban extras y eventuales, convirtiéndose en la práctica en una escuela de hostelería para muchos vecinos. "Teníamos reservas de boda con años de antelación y como los sábados y domingos estaban casi siempre completos y existían la superstición de que daba mala suerte casarse un día de la semana que llevara R empezamos a servir banquetes hasta lunes o jueves", explica. Por encargo también se hacían cenas para cazadores. "Venían de Navarra, Madrid o Málaga y pernoctaban aquí". Pero también se organizaban otros actos, como homenajes o reuniones.

Entre los muchos clientes destacados del Tamanaco se encontraba, por ejemplo, el director de fotografía Teodoro Roa que se mató en un accidente de avioneta junto a Félix Rodríguez de la Fuente, con quien se había trasladado a Alaska para rodar "El Hombre y la Tierra".

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