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La resaca en las calles: selleros rezagados y menos basura que otros años

Emergencias, que recibió 104 llamadas en tres días, celebra la ausencia de incidentes graves

Operarios limpiando en Ribadesella. C. LAMUÑO

Y tras Las Piraguas llegó el trabajo. La jornada de ayer fue la de la retirada de Ribadesella tras el Descenso y la fiesta de los últimos días de la gente, que dejó tras de si un reguero de restos y de basura. Las labores de limpieza tuvieron que intensificarse a primera hora de la mañana. "Pero este año no está siendo para tanto", expresó un operario que regaba la plaza de la iglesia del pueblo a tempranas horas.

Botellas, cristales, vasos de plástico, chapas y corchos de sidra fueron arrastrados por el chorro de las mangueras por las calles más céntricas de la villa. "Hace años estaba así el pueblo entero", contó un vecino que, en bicicleta, había ido a comprar el pan. "Antes, tras las Piraguas, pasaban días hasta que se podía volver a la playa. Ahora el domingo ya está limpia".

Efectivamente, la playa de Santa Marina, antiguo lugar de acampada, lucía casi impoluta ya a las nueve de la mañana. Un pequeño grupo de selleros sufría los excesos de los días pasados sobre la arena. O sobre las piedras, más que arena, que ocupan la mayor parte de la playa. Mientras unos descansaban como podían, varios equipos de operarios ayudados de rastrillos y tractores se afanaban por dejar el arenal en perfecto estado para los veraneantes.

Los más rezagados de la fiesta esperaban taxis en la rotonda de la entrada del pueblo, entre bostezos y caras largas, o volvían, lentos, hacia sus casas. Estos se cruzaban con los más madrugadores. La extraña y tan común convivencia entre los "runners" y los fiesteros se dio especialmente en el puente, cruzado por unos y otros.

Pero había mucha más gente activa. Los hosteleros desmontaban las vallas metálicas que, durante estos días, sacaron a la calle y eran recogidas por camiones que maniobraban, no sin dificultad, por las estrechas calles riosellanas. Lo mismo pasaba con las cajas de plástico llenas de botellas vacías de refrescos, sidras y cervezas. Cajas que se apilaban en torres más altas que aquellos que las levantaban.

En la zona de acampada situada en el prau San Juan reinaba, por fin, el silencio. Las largas jornadas de fiesta ya habían terminado con las fuerzas de los campistas, que, en su mayoría descansaban o empezaban a recoger sus tiendas y pertenencias. En la estación de autobuses algunos dormían, mientras que la gran mayoría de los que allí se congregaban cargaban con cajas de sidra hacia Pravia, al Xiringüelu, que recogió el testigo de la fiesta en Asturias.

La contabilización del dispositivo de seguridad destinado al Sella refleja la tranquilidad de la edición de este año. Entre el viernes y el día de ayer se atendieron 104 llamadas de las cuales 96 requirieron de la movilización de algún equipo. En su gran mayoría asistencias sanitarias, repartidas por igual en los concejos de Parres y Ribadesella. Según el Servicio de Emergencias del Principado de Asturias, el desglose de los incidentes registrados muestra que no ha habido incidencias "de gravedad", destacándose "la celebración de la fiesta".

Un ambiente festivo que sobrevivía ayer, pese a la resaca general, en los banderines que aun pendían entre los edificios y las banderas que colgaban de los balcones. Decoración que se iría retirando a lo largo del día para volver a desplegarse, un año más, en las próximas Piraguas. La que será la edición número 84.

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