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La Denominación de Origen garantizaría el futuro de la avellana, dice el pregonero del Festival

Cristina Rojo, de Parres, obtuvo el premio a la mejor calidad del fruto en un certamen que aunó a 91 cosecheros que vendieron 5.000 kilos

La Denominación de Origen garantizaría el futuro de la avellana, dice el pregonero del Festival

Un museo y el sello de una Denominación de Origen Protegida es lo que necesita la avellana para garantizar su supervivencia. Al menos así lo defendió ayer, durante el Festival de la Avellana celebrado en Infiesto, el pregonero del certamen, el profesor Argimiro García: "Sería fabuloso conseguir la Denominación para la avellana de esta tierra, porque supondría su espaldarazo definitivo", subrayó.

Además, añadió, "me gustaría animar a organizar un museo que complete la oferta cultural de la zona, en donde se muestre al público la vida de este producto para promocionarlo y difundirlo dentro y fuera del concejo", expuso en un discurso que escucharon cientos de personas, las mismas que durante la mañana llenaron la carpa bajo la que se cobijaban 91 cosecheros de avellanas, que pusieron a la venta unas cinco toneladas a un precio acordado de 7 euros el kilo.

Una cifra que "no compensa" si se pretende rentabilizar el trabajo de la recolección. Pero la avellana de Piloña no se recoge por eso. Se recoge por tradición y apego. Sólo algo así podría llevar a José Cardín, de 83 años, y a su esposa, Rosa Marcos, de 90, a "mesar los 39 ablanales que tenemos en la huerta de Espinaréu", subrayaban tras un mostrador en el que reposaban los 250 kilos recogidos a finales de septiembre. "El secreto es la tierra, húmeda por un río en el que caen las hojas de hayas", explicaron. El resultado, una cáscara fina y un fruto jugoso que se obtiene con un secado perfecto tras un proceso artesanal. "Esto no vamos a tener quién lo mantenga", señalaba este matrimonio junto a su hija, Isabel, que asumía que aunque su intención es seguir, el trabajo es excesivo para ser sólo una afición.

Porque la avellana no es un modo de vida. En los 55 años de matrimonio de José Antonio Pérez y de Honorina González, jamás dejaron de recolectar el fruto como "un complemento al trabajo" del día a día, subrayan. Pero, lamentaban estos vecinos que llevaron a Infiesto unos 60 kilos provenientes de 13 de los cien avellanos que tienen en Ligüeria "esto se acaba". Y, ¿por qué se acaba? "Porque en los pueblos no hay trabajo y la gente se va, si lo tuviéramos nos quedaríamos y en nuestro tiempo libre haríamos lo mismo que hicieron ellos, apañar las avellanas", indicaba Pablo Acebo, un vecino de Pola de Laviana de 25 años al frente de un stand avellanero.

Aunque aún hay esperanza. Claudia Rodríguez tiene 11 años y vive en Gijón. Sus abuelos eran de la zona de la Carúa (en Parres) y allí tenían avellanos. Ella animó a su tía, Cristina Rojo, a recoger este año lo que dieran los 6 ablanos de la finca familiar. Recolectaron 25 kilos y acudieron, por primera vez, al Festival. Su fruto fue el mejor. Por eso se alzaron con el premio a la calidad de la avellana. Verónica Alonso y Anselmo Forcelledo se quedaron en segundo y tercer puesto, respectivamente. Eloy Mostrejo obtuvo el premio al fomento de las plantaciones; Manuel García ganó en la categoría de mantenimiento de las plantaciones. Adrián Lobeto, de dos años, fue el cosechero de menor edad y Anselmo Forcelledo, de 85, el mayor. Y como mención especial, la de los paisanos del año: Manuel García, de 94 años, y Benedicta Viesca, de 90. Junto a ellos se premió también a la savia nueva, la de Saray Valdueza y Miguel Riestra.

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