Dice María Rosa Cristóbal (Luces, 1934) que su generación "no pasó ganas, pasó necesidades" pero, sin embargo, "no lo sabíamos" porque uno no puede echar de menos aquello que no conoce. La vida de esta mujer, que acaba de ser nombrada "Paisana del Año" en Colunga fue, sencillamente, "llevadera". No hubo nada más que trabajo en la rutina que ella vivía en el barrio de Palmián. Trabajo en la cuadra, por los prados y en la casa, "lo de todos". En su mirada hay mucha historia. Y en su historia hubo penas, aunque también alegrías.

Cuenta su marido, Gonzalo Candás (Luces, 1930), que será el "Paisano del Año" de su concejo natal, que en su casa del barrio de La Rasa el destino fue menos amable. Después del hambre de la posguerra y la miseria que dejó la contienda, Gonzalo se fue a la mar. Llegó al puerto de Lastres con 14 años y se embarcó "en una compaña" para ganar cuatro perras que dejar en casa. La mar da más que quita, pero no es fácil aprender a capear temporales. Gonzalo se fue a cumplir con el servicio militar al Ferrol y de allí, gracias a un curso de instrucción, embarcó en un crucero a Cartagena. "Hacíamos viajes en barcos de guerra", e incluso asistió a la coronación de la reina Isabel II de Inglaterra, "que es más vieja que yo, ¿eh?".

La vida de Gonzalo siempre estuvo ligada a la mar, "era lo mío, la verdad es que sí, tenía algo que me llamaba", asume ahora, setenta años más tarde, sentado al pie de la cocina de leña de su casa de Luces. Junto a él, María Rosa recuerda que, al casarse, la mar pasó a un segundo plano y eligieron quedarse en tierra a atender las vacas. "En casa de ella -dice él- no hubo hambre", pero no la hubo, apunta ella, "porque la gente que cultivábamos el campo y teníamos ganado siempre teníamos con qué alimentarnos". Pero eso no quiere decir que no trabajaran "mañana, tarde y noche" para ganar lo justo.

La vida del campo "siempre ha sido muy sujeta", y su hijo lo sabía cuando decidió quedarse con la explotación. Su hija decidió opositar, y lleva una vida más tranquila en Oviedo. "Aquí hay vacas, ovejas, cabras, perros, gatos, gallinas y lo que pinte", dice asomando la cabeza por la ventana de la cocina, desde donde ve la cuadra y un hórreo que compraron en Pernús sus antepasados y "lo menos tiene 150 años".

A él iban antaño a secar les fabes que sembraban en las tierras de Luces. No había un festival, como el que se celebra este domingo en Colunga, que no contara con la presencia de María Rosa. "Íbamos a vender, claro, y alguna vez ganamos el premio", recuerda ella, que no sabe decir cuántos kilos había en cada cosecha, "sacas y sacas llenas" de faba de la granja, la más cotizada y la más sabrosa.

El premio que hoy reciben "será porque somos los más viejos", dicen con la humildad que caracteriza a este matrimonio que, "después de toda la vida juntos", ha aprendido a acompasar el ritmo para mirar, "siempre unidos", en una misma dirección. La distinción que recogen es al esfuerzo, al trabajo, a la dedicación y a la apuesta por una zona rural en la que siguen creyendo, porque "como aquí en pocos sitios se debe de vivir".