Cuenta Ramona Rivero, que ya ha cumplido 89 años, que cuando en el pueblo eran "jóvenes y solteras", "nada más sentir la llegada del Guirria, a eso del mediodía, corríamos a escondernos". Sucedía cada 1 de enero, cuando un séquito de aguinalderos salía a cumplir, a lomos de sus caballos, con la tradición más ancestral de Ponga.

Salían de lo más alto de San Juan de Beleño y uno de ellos, el que todos llaman el Guirria, iba besando a las solteras. La primera parada era en el barrio de Cainava. Precisamente, en casa de los padres de Ramona. Por entonces, las casas de la parroquia de Beleño se cerraban a cal y canto, pero, "si hacía falta, él rompía los cristales con tal de entrar" para dar besos a todas las solteras que encontrara. Los mayores "le indicaban, susurrando, dónde estábamos" y ellas no sentían más que "unos nervios tremendos". Al final, siempre las encontraba. Y si por el camino hallaba alguna traba humana, o a alguien que no le gustara, lo rociaba con ceniza.

El Guirria, "mitad hombre, mitad demonio", repartía besos, suerte y ceniza para empezar el año. Así, un joven soltero elegía a una joven soltera para empezar un noviazgo que podía acabar en boda. Ramona contaba esta historia en la puerta de su casa de Cainava. Otro 1 de enero. Ella, ya tenía preparados 70 euros para darles a los aguinalderos y un par de botellas de vino para que la fiesta, que ya había empezado en la noche del 31, no decayera en ningún momento.

A falta de Tinder y otras aplicaciones para conocer gente nueva, los mozos de Ponga se apañaban antaño como podían. A veces resultaba y salían idilios. Otra era la manera de romper el hielo y acercarse. Y en todas daban fiel cumplimiento a una tradición que nadie sabe fechar, y que ninguno quiere perder.

Ayer cumplieron 36 aguinalderos -entre los menores de 15 años, que van en burro, y los mayores solteros, que van a caballo-, y también cumplieron cientos de personas que acudieron a esa cita. Había ponguetos, madrileños, cántabros y asturianos, entre muchos otros. Había mucha gente porque el Aguinaldo de San Juan de Beleño es una fiesta de interés turístico y nadie se quiere perder este espectáculo tan vistoso y alegre de ver pasar, corriendo raudo y veloz, mientras salta sobre una vara de avellano, a este personaje tan peculiar del que nadie conoce su verdadera identidad.

Es un hombre que "debe estar en buenísima forma porque el camino es largo, hay mucho que correr y mucho que saltar". Lo dice quien fue Guirria, Álvaro Mones, y que, si bien hoy vive en México, no ha querido perderse la fiesta. "Vinimos con ellos -dice dirigiendo la mirada a sus hijos Eduardo (12) y Lorenzo (15), subidos a sendos burros-; no pueden perderse esto nunca", apunta. Y ese mismo objetivo lo tiene Bernardo Collado, que también tuvo el honor de ser el elegido "hace muchos años". Por eso, puede explicar que "un buen Guirria tiene que tener muchísima afición a la fiesta, mucha chispa, mucha alegría y mucha picardía; no debe dejar una cocina a la que entrar, ni tampoco una moza a la que besar". Lo explica mirando a su hijo Matías, que cumplió 5 años y lleva tres siendo aguinaldero. A su padre le gustaría que un día fuera el Guirria. A él, de momento, no tanto. "Pero querrá cuando le pierda el respeto al caballo".

Deseando cumplir 15 años para pasar al caballo, los primos Javier Martínez (9 años) y Arturo López (12) fueron los primeros en llegar a las escuelas, en la parte alta de San Juan de Beleño, donde los aguinalderos inician su comitiva y desde donde el Guirria sale brincando con toda su energía. "Tenemos ganas de ir a caballo porque es más fácil de manejar", señalaban. Aunque el burro parecía serle sencillo al pequeño Enzo Ruiz, el aguinaldero más joven. A sus 23 meses, se le escapaban las riendas, pero no quería dejar de lado a su burra "Cuca", que le obedecía sumisa. Sus padres, Tania Suárez y Juan Gabriel Ruiz, le acompañaban orgullosos con la esperanza de que sienta "tanto cariño por la fiesta como sentimos nosotros", indicaba Suárez, pongueta de nacimiento. Porque todos los nacidos en Beleño quieren un día ser guirrias o que los suyos lo sean. Incluso alguna niña lo desearía, aunque la tradición sigue fiel a las normas ancestrales: sólo los nacidos en Ponga y sólo los hombres. Pero, quién sabe, igual un día son ellas las que eligen a quién besar.