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Cien años sanos en Colombres

"Aquí me han traído las ganas de vivir", dice Juanita Álvarez, que celebra su centenario sin haber estado nunca enferma

Juanita Álvarez Fernández, el día de su cumpleaños. EVA SAN ROMÁN

Juanita Álvarez Fernández ha comido sano, ha caminado mucho y ha sido una mujer muy querida. Esos, dicen, son los secretos para llegar a los cien años. Y debe ser cierto lo del cariño porque el martes, en la residencia Ulpiano Cuervo de Colombres (Ribadedeva), fueron muchos los que se reunieron para festejar el siglo que cumple una mujer que nunca ha estado enferma. No ha habido grandes alteraciones en su vida, ni tampoco ha tenido que enfrentarse a ninguna anomalía fuera de lo común que perturbara la paz que transmiten sus ojos, su expresión y sus gestos.

Juanita nació en la calle Covadonga de Oviedo en el seno de una familia de diez hermanos. Aquellos, los de su niñez, son sus mejores recuerdos, los que creó con una familia unida a la que adoró tanto como la que ella creó más tarde, cuando se casó con un vecino de Colombres, Alberto Noriega, que la atrajo hasta el concejo de Ribadedeva, donde él trabajaba como funcionario de la Diputación. De aquella unión, que duró sesenta años, "los más bonitos de mi vida", nacieron dos hijos.

Hubo momentos malos, "como en todas las vidas que pasaron por una guerra, o por dos", como cuando manifestaban un miedo inmenso a los bombardeos y vivían "atemorizados con la llegada de los moros", pero a estas alturas, dice con una eterna sonrisa, los recuerdos que priman son los buenos.

Una mente preclara, positiva, es capaz de llegar a los 100 años con ese gesto sereno y feliz que Juanita mantuvo durante toda la tarde en la que se celebró su cumpleaños, el pasado martes. Hasta una misa se le dedicó en Colombres, en la cual se resaltaron su bondad y su espíritu incansable.

Juanita, cuando vivía en Oviedo, no faltaba un solo día a la cita con sus amigas, con quienes tomaba, al menos, un café diario. Lo hizo hasta los 98 años. Tampoco desistió de sus vacaciones en Valencia de Don Juan junto a su cuñada. Después, ingresó en la residencia ribadedense. Es cierto que echa de menos la independencia de otra época, pero no ha renunciado a ciertos placeres, como el del café de la tarde. "Bajamos a Unquera, donde Canal, a tomar un descafeinado y un cruasán a la plancha todos los días". Va con su hija Paloma porque eso, cuenta, "es lo que más presta del mundo". Lo dice mientras, a su espalda, lucen carteles de "feliz cumpleaños" y, en su frente, se despliega un festín en su honor.

"Ganas de vivir" son, dice sonriendo, las que la han traído hasta aquí, hasta los 100 años de vida.

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