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Un asturiano de Cangas

Diego Carcedo ha llevado por todo el mundo lo mejor de esta tierra

Un asturiano de Cangas

Si hay un reconocimiento merecido es este que recibe hoy Diego Carcedo en Cangas de Onís. Aunque sé que no le gustan nada los honores, ser nombrado hijo predilecto del municipio en el que ha nacido y donde tiene todas sus raíces es un mérito extraordinario. Y así hay que valorarlo. Enhorabuena a quienes lo han promovido.

Tras una larguísima y espléndida carrera como reportero, columnista y escritor, como directivo, como conferenciante, como profesional total del periodismo, vuelve a Cangas, a su queridísimo Cangas, para recibir el cariño de su gente y de sus amistades, que ha conservado inquebrantablemente a pesar de todas las circunstancias. Y, eso seguro, tendrá un recuerdo muy especial para quienes se han quedado en el camino. Porque Diego es muy humano, muy cercano, aunque como buen paisano asturiano al principio pueda parecer precavido y pelín desconfiado.

Carcedo empezó su brillante carrera aquí, en LA NUEVA ESPAÑA, cuando Paco Arias de Velasco dio rienda suelta a un grupo de jóvenes reporteros que renovaron y convirtieron al periódico en una referencia que se mantiene viva más de medio siglo después. Asturias se le quedó pequeña, y primero en Pyresa, luego en TVE, el mundo se convirtió en una aldea abierta por la que transitaba con la naturalidad de un experto formado en cualquier universidad británica por el rigor y calidad de sus crónicas. Más tarde, como corresponsal en Lisboa, en Estados Unidos y, ya en la madurez, responsable en RTVE de varios cometidos, volcó todo su saber en poner en marcha propuestas que ahí siguen vigentes y plenamente vivas: Radio 5 Todonoticias o "Los desayunos", por citar lo más significativo.

Y como un profesional tan infatigable nunca se jubila, sin las obligaciones del día a día -aunque sigue firmando columnas de opinión muy sensatas-, ha escrito libros documentadísimos -descubrió para el gran público la increíble historia del diplomático español Ángel Sanz, que libró de la muerte a miles de judíos en la época nazi en Budapest- y hasta una novela, "El niño que no iba a misa", que se desarrolla, ¡cómo no!, en su arcadia feliz canguesa en tiempos de la posguerra. Y, por ahora, ha rematado con un brillante corolario sus andanzas en "Sobrevivir al miedo", donde expresa con naturalidad lo buen contador de historias que es.

Pues bien, aparte de todo eso, Diego es primero y antes que nada asturiano de Cangas de Onís. Nunca he hablado con él, estuviera en la esquina más remota del globo, sin que en la conversación le pusiese al día de las novedades de la Asturias de nuestros pesares, de su Cangas, de este periódico, aunque ya no queda nadie de su época, y del Real Oviedo. He sido también testigo de su deseo infinito de complacer las más disparatadas ideas que le han propuesto en Asturias. Y ha cumplido con todas.

Este asturiano de Cangas o este cangués de Asturias ha llevado por todo el mundo lo mejor de esta tierra y se ha sentido siempre orgulloso de ello. Por eso este título era imprescindible: se lo ha ganado porque es el mejor embajador de Cangas y de Asturias.

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