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El teletrabajo estira el veraneo en la comarca oriental, que muchos se resisten a dejar

Los veraneantes llenan calles y terrazas en Ribadesella por las tardes, algo inusual por estas fechas: "¿Dónde íbamos a estar mejor?"

Paula Cárcaba, Fermín Correa e Irene Álvarez, trabajando en casa, en Ribadesella. C. LAMUÑO

En la playa de Santa Marina solo se oye el mar. En cambio, en los chalés que se alzan en sus cercanías se oyen cosas inéditas. Por ejemplo, el teclear de los ordenadores. El consultor madrileño Fermín Correa da vueltas a una hamaca, mientras escucha a su jefe a través de unos auriculares inalámbricos. "Eso está fuera del 'scoop' del proyecto", dice con la mirada perdida entre los tres ordenadores que hay en la mesa del porche.

Allí, la madrileña Irene Álvarez atiende a una videoconferencia y Paula Cárcaba, de Oviedo, indica, a través de los auriculares, que una operación está "out of the money". Trabajan juntos en una multinacional con sede en Madrid, pero la crisis del coronavirus les hizo salir de la ciudad financiera a casa. Este verano han acabado en esta oficina improvisada a unos metros del mar. "¿Dónde íbamos a estar mejor?", se preguntan.

En varios de los adosados circundantes la situación es parecida. Son muchos los veraneantes que se resisten a abandonar el litoral asturiano o su lugar de descanso. También muchos los asturianos que, con segundas residencias en la costa o zonas rurales, quieren mantenerlas como sede fija. Todo, gracias al teletrabajo, una de las consecuencias -en este caso positiva- para los que tienen la posibilidad de realizar la labor sin tener que desplazarse a una oficina.

La permanencia de los veraneantes se ve de forma clara este septiembre en Ribadesella, una urbe que son dos: un puente separa a los vecinos de los veraneantes, que no turistas. Por las mañanas, la playa está ya prácticamente desierta a estas alturas de la temporada. Medio pueblo se muere cada año al llegar la segunda semana de este mes. Algo que, por primera vez, no está pasando.

Muchas segundas residencias, viviendas unifamiliares y urbanizaciones, siguen abiertas y con gente, pero en las calles solo se hace notar por las tardes, cuando los que teletrabajan a la mañana salen a tomar algo a las terrazas y aprovechar las últimas horas de sol.

Por la mañana y, sobre la arena, una señora mira una revista del corazón. Su silla rosa de plástico se alza en la soledad de la playa. A lo largo de sus 1.150 metros de longitud habrá unas cincuenta personas. Un par de semanas atrás, la distancia social era una fantasía en Santa Marina. María Antonia Suárez es de Madrid. Tiene 54 años y muy poca prisa por volver a la capital. Ella no trabaja, su marido, en cambio, "ahí está, en casa, el pobre". Pero no es para sufrir mucho, porque aquí están "en la gloria. Por la mañana la playa es una gozada", cuenta. Por la tarde pueden salir a tomar "una cervecita, dar un paseo, cenar". En Madrid, en cambio, "con ese calor, no se puede hacer nada". Antes de despedirse y sumergirse de nuevo en las páginas de su revista sentencia lo que piensan mucho de los que están estirando el verano: "Si nos confinan, que nos van a confinar, mejor que nos pille aquí".

Los jóvenes consultores no tienen esa opción, ni un horario tan amable. Los dos madrileños han venido invitados por la ovetense, que veranea en Ribadesella "desde siempre". Cárcaba les ofreció venir el fin de semana, pero al saber que estaba trabajando desde Ribadesella, decidieron adelantar el viaje. Llevan en la villa desde el miércoles pasado. Las llamadas internacionales se turnan con breves incursiones al mar, al que tardan en llegar (lo han calculado) "dos minutos".

El estrés de su trabajo es evidente. Se suceden las videollamadas. Y los plazos de entrega hacen que las tardes tomen un ritmo vertiginoso. El sonido de los ordenadores al cerrarse suena, cada tarde, como un suspiro de alivio.

Son las 18.30 horas y, al acabar su jornada, Irene Álvarez se tumba a tomar el sol en el jardín de la casa de su amiga. Se quita los auriculares y su teléfono, elemento indispensable de trabajo, vuelve a ser "socio del ocio". Pone una canción de reguetón y se abre una cerveza mientras planea lo que va a hacer durante la noche. Cenar en la playa de Vega.

Ahora mismo, cuenta tumbada en la hamaca, si estuviesen en Madrid, tendrían que estar trabajando "cada uno desde su casa", y eso, dice, "es horrible". Las penas, para ella, son mejores compartidas. Y si luego te puedes ir a Tereñes a ver una puesta de sol acompañada de unas sidras, se pasa "muchísimo mejor".

Todos coinciden en que el oriente asturiano se ha convertido en "la mejor oficina". Por lo menos, si el tiempo sigue acompañando.

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