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Las emblemáticas cabañas asturianas de Picos, en ruinas: se caen sin que nadie haga nada para evitarlo

La estricta normativa, que solo permite el uso ganadero, lleva a la ruina las emblemáticas chozas de los pastores en las majadas

Excursionistas frente a varias cabañas en Arnaedu, Onís. | Eva San Román

Gran parte de la historia de la comarca oriental se escribe en las cabañas de sus majadas. Pero todo lo que allí se vivió, todo lo que allí sucedió, se va borrando. Porque las edificaciones se caen sin que nadie pueda hacer nada por evitarlo.

La falta de relevo generacional en la ganadería es directamente proporcional al abandono de estas pequeñas construcciones sujetas a una encorsetada Ley de Montes que no permite en ellas más uso que el ganadero. Así, la norma conduce a que la cabaña se venga abajo sin que sus “herederos” morales hagan gran cosa por mantenerla en pie. Si la actividad para la que fue concebida se extingue, la choza se cierra hasta que otro ganadero la reclame. Y solo así vuelve a abrirse. No importa que varias generaciones de la misma familia la hayan levantado, arreglado y mantenido. Cuando la ganadería en esa familia se acaba, también lo hace la propiedad, que en realidad nunca lo fue.

En 2017 el Gobierno regional precintó una cabaña en las vegas de Sotres que había pertenecido a la misma familia desde hacía “cientos de años” porque la actividad ganadera había cesado con la última generación. El refugio de piedra pasó a manos de otro ganadero que la solicitó. Los primeros perdieron parte de su historia, pero la construcción no se cayó.

El alcalde de Cabrales, el socialista José Sánchez, es consciente de la problemática, pero entiende la normativa. “Las cabañas solo las puedes arreglar si tienes un Registro de Explotaciones Ganaderas (CEA), no son propiedad de nadie porque están hechas en montes de utilidad pública, no pueden tener escrituras y por eso no las tienen. Solo son tuyas si las usas para lo que fueron construidas: como vivienda en el puerto para el pastoreo”, resume. Si eso no sucede, la choza no tiene sentido, legalmente hablando. “La Administración no puede hacerse cargo de todo”, dice el primer edil con pena.

Otro concejal cabraliego, Fernando Nava, busca resquicios y posibilidades para cambiar la ley, porque “es doloroso ver cómo se caen” y con ellas se va parte de la historia y de la vida de la zona. “Habría que buscar el modo de que los propietarios tuvieran algún derecho, porque el 90% de nuestras vegas están perdiendo todas sus cabañas”, lamenta Nava. “Entiendo que no quieran permitirlo todo, es lógico, no hablo de darles un uso turístico ni mucho menos, pero otorgar derechos a los propietarios iniciales –siempre que no haya una demanda mayor a la oferta, que no la hay- sería garantizarnos que las cabañas, o gran parte, se mantuvieran levantadas” y recordaran de algún modo la vida que hubo en la majada.

Las Peñamelleras, Cabrales, Onís, Cangas de Onís… son pocos los concejos de la parte más oriental que no atesoran en sus montes estas humildes construcciones que un día fueron el lugar donde se trasladaban gran parte de los habitantes de los pueblos. Pepe Mier, que cumplió 90 años en los montes de Cabrales siendo pastor, recordaba estos días cómo en Brañes estaban casi todos los vecinos de Asiegu dando cuenta de ovejas, cabras y vacas, haciendo manteca y quesos. Porque el gamonéu y el cabrales nacieron allí, en aquellas minúsculas viviendas de temporada que olían a humo y a refugio. La propia ganadería nació allí. Era la forma en la que los pastores accedían con “comodidad” a hacer su trabajo. Trasladarse al puerto en primavera para bajar con las primeras nieves era la forma de evitarse horas de traslado a diario desde el pueblo hasta los pastos altos.

En 1989 la Consejería de Agricultura y Pesca redactó una resolución para aprobar las normas que regulan las ocupaciones de terrenos en montes de competencia del Principado, por cabañas u otras instalaciones. Especificaba que únicamente podrían pedir autorización para levantar edificaciones de uso ganadero “los vecinos del lugar con derecho al aprovechamiento ganadero del monte” que “fehacientemente” acreditaran tal condición. La concesión de la edificación era por treinta años. Y así lo hicieron. Asumían entonces que aquello no era suyo, pero no contaban con que un día la actividad ganadera se acabara.

Ahora el Plan Rector de Uso y Gestión (PRUG) del parque nacional de los Picos de Europa que se presentará el martes ante el Patronato del organismo evidencia que esos refugios “deberán ser objeto de atención, estudio y planificación específicos por parte de la Administración gestora con el propósito de la recuperación de los mismos mediante las actuaciones más adecuadas”. Habla de “algunos asentamientos” vinculados históricamente “al aprovechamiento en altura o forestal de pastos”, pero únicamente se refiere al terreno protegido. Tal como explica Nava, ese beneficio no lo tendría parte de Portudera, donde una zona está protegida y la otra no. “Tal vez el Ayuntamiento podría hacerse cargo de parte de ellas y habilitarlas como refugio”, propone el edil cabraliego.

La norma se actualizó en 2004 y, más tarde, en 2007, pero finalmente nada cambió sustancialmente y las cabañas siguen cayéndose. El futuro de estas edificaciones que llevaron vida, costumbres, cultura y una historia a los montes más altos de la comarca oriental asturiana por el momento no existe. Salvo que la vida de los pastores vuelva de nuevo a las montañas.

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