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La “decepción” de un sumiller con mucha estrella

Marcos Granda, a la espera de la decisión de la Guía Michelin sobre su local riosellano, critica el cierre hostelero del Principado

Marcos Granda (a la derecha), junto al sumiller José Miranda, trabajador del restaurante Ayalga, que el empresario regenta en Ribadesella. | LNE

El sumiller Marcos Granda (Sotrondio, 1976) tiene tres restaurantes repartidos por España y otras tantas estrellas Michelin. Dos en Skina, su establecimiento en Marbella, y otra en Clos, el de Madrid. Su última apertura, el Ayalga, en el hotel Villa Rosario, de Ribadesella, opta a conseguir una el próximo 14 de diciembre, cuando se publica la prestigiosa guía gastronómica. Aunque la obtuviese, las puertas de su local permanecerían cerradas.

“No soy más que nadie”, explica el sumiller asturiano, pero lamenta que, en el caso de que Asturias “sea noticia el día 14” si logra la distinción para su local asturiano, las cosas sigan como hasta ahora. La estrella, dice, puede llevársela él, llevársela otro compañero, varios o ninguno. Independientemente de lo que ocurra, los establecimientos permanecerán cerrados hasta nuevo aviso por “criterios sanitarios”. Y, tras cinco años sin novedades asturianas en la guía, ahora, que parecía que iba a sonar la campanada, la pandemia pone palos en las ruedas.

La preocupación del sumiller, dice, no es tanto por el galardón como por sus trabajadores. Y no pesan tanto los nervios por la decisión de la prestigiosa guía como la decepción con los políticos asturianos, dice. El hostelero atiende a LA NUEVA ESPAÑA desde Madrid, donde su restaurante permanece abierto y funcionando. Y, relata, los contagios en la capital “siguen bajando”. Así, no entiende “la falta de creatividad de quienes tienen que tomar las decisiones”.

Llamada a Barbón

El sumiller trató de ponerse en contacto con el presidente del Principado, Adrián Barbón, pero no obtuvo respuesta. La decepción del hostelero es doble, puesto que estudiaron en el mismo colegio y solo les separaban un par de cursos y les unen “muchos amigos de la infancia”. “Yo no soy nadie para que me devuelva la llamada, ni quiero que abran la hostelería para mí, pero quiero pelear por mi equipo todo lo que pueda”, cuenta. Explica que, aunque él siga pudiendo trabajar en los locales que tiene fuera de Asturias, no solo se solidariza con los veinte trabajadores del Hotel Villa Rosario, también con los restaurantes pequeños. Y reconoce que, en su caso, tiene suerte, aunque se pregunta por “cuántos compañeros quedarán por el camino”.

Al conocer la decisión del Principado de prorrogar el cierre hostelero, cuenta, la gota colmó el vaso y la desazón se convirtió en enfado. “Estás a punto de tocar el cielo con las manos y llega la noticia como un jarro de agua fría”, explica.

El hostelero insiste en el mantra que han repetido tantos otros. La hostelería es un lugar “seguro”. Y afirma que, pese a lo que le trasladan desde la consejería de Turismo, que es que todas las decisiones se toman en base a criterios sanitarios, no se conforma. Considera que siempre se pueden encontrar fórmulas intermedias, tal y como se está haciendo en otros lugares de España, donde “se sigue trabajando”. Lamenta que la suerte de su proyecto en Asturias, un año de esfuerzo y dedicación para “volver a los orígenes”, se vea truncada por unas políticas, dice, poco eficientes. Y eso que él, aunque admite que no tiene afinidades políticas, sí empatiza “con quien nos gobierna”. Quizás por eso, la decepción “es incluso mayor”.

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