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El cierre del bar, la muerte del pueblo

Cesa la actividad del último establecimiento de Libardón (Colunga) en el que se despachaban bebidas, que había abierto sus puertas en 1887

El edificio del bar La Nava, en Libardón (Colunga). | M. C. P.

El pasado 2 de mayo, cerró el último bar de la localidad de Libardón, en el concejo de Colunga, La Nava. Había abierto sus puertas en el año 1887 por iniciativa de los familiares de Casimiro Fernández y Gabina Casanueva, que habían hecho fortuna en Chile y decidieron abrir el negocio tras la reciente inauguración de la carretera de Lastres a Infiesto, que permitía conectar el puerto llastrín con Riaño (Castilla), a través de la Collada de Arnicio y el puerto de Tarna, siguiendo el trazado de un antiguo Camino Real.

Hasta mediados de los cuarenta, regentó el negocio la citada familia y en 1963 vendió la propiedad a Manuel Cortina y Argentina Huerta, que la traspasaron a Gonzalo Ardisana y Violeta Rivero en 1987. En 2001, sufrió una remodelación con la que modernizó su aspecto, pero perdió el glamour que le daban sus más de 100 años de historia.

La Nava, fue toda una institución. No sólo permitía aprovisionarse de lo más importante (comida, bebida, ropa, perfumes, utensilios de cocina, aperos de labranza...), sino que facilitaba las relaciones sociales después de misa, de un entierro o al atardecer. Hasta bien entrados los años sesenta del siglo pasado, en La Nava como en Casa Manolo, se practicaba el trueque; es decir, se intercambiaban huevos caseros por café, azúcar o chocolate ya que el dinero en efectivo era escaso.

En el salón se representaron obras teatrales por compañías ambulantes hasta mediados de los años sesenta y se celebraban bodas, banquetes y bailes (fundamentalmente en Navidad, Año Nuevo, Reyes, Ramos y Pascua), ya que en esa época las fiestas se ajustaban al calendario religioso; Navidad, Semana Santa y fiestas patronales en verano.

En La Nava, se disputaban numerosas y reñidas partidas de cartas (brisca, tute, subastau, escoba...) y el ambiente, cuando se televisaba algún F. C. Barcelona-Real Madrid o Real Oviedo-Sporting de Gijón, era tan apasionado como en el propio estadio. En los años setenta, se podían depositar quinielas de fútbol y hasta bien entrado el siglo XXI, en la bolera, se disputaron partidas de bolos las tardes de los domingos y torneos coincidiendo con las fiestas de San Roque y la Feria.

Fotografía antigua de La Nava. | Reproducción M. C. P.

Era el lugar de reunión cuando los servicios policiales acudían, una vez al año, para facilitar la renovación del carnet de identidad y donde el veterinario acudía a vacunar a los perros cada año. En los años sesenta y setenta, fue el lugar donde el director de la Caja Rural de Colunga citaba, a primeros de mes, a quienes cobraban la pensión a través de esta entidad para facilitarles el cobro de la misma sin desplazarse a la capital del concejo. También fue la sede fundacional de la Escudería Sueve, creada en 1979, hasta su traslado a Gijón a finales de los ochenta.

Desde los años cuarenta mantuvo el único teléfono público de Libardón, facilitando la comunicación con familiares y amigos. En 1985, se automatizó el servicio telefónico y se terminaron las largas esperas para contactar con otros teléfonos a través de varios operadores intermedios. En aquel momento, parecía imposible que 10 años después aparecieran los teléfonos móviles y quince años más tarde, la irrupción de Internet que lo cambiaría “todo”: las relaciones personales, el comercio, la producción industrial y la organización del trabajo, esto último acelerado por la aparición de la pandemia del covid-19.

En estos 134 años fue testigo mudo de los cambios tecnológicos y sociales que transformaron Libardón: el nacimiento de la Sociedad Vecinal de Fomento (que permanece activa) y los primeros vehículos de motor de explosión en la primera década del siglo XX, la electricidad en la segunda, la radio y el teléfono en la tercera, la Guerra Civil y la postguerra en los años treinta y cuarenta, la televisión en los cincuenta, la incipiente mecanización agraria y mejora de carreteras y caminos en los sesenta y setenta, la mejora de las infraestructuras eléctricas (plan de electrificación rural) en los ochenta, la telefonía móvil en los noventa e internet en la primera década del siglo XXI, en la que el barrio de Grandiella se quedó vacío tras la marcha de Ricardo y María.

También contempló la presencia del médico (1908-1971), la muerte del “Gaiteru Libardón” (1932), la consulta semanal de un dentista (1960-1979), el cuartel de la Guardia Civil (1920-1968), el final de un sacerdote viviendo en la casa rectoral (1973), el cierre de las escuelas como consecuencia de la implantación de la Ley General de Educación (1975), el cierre de la cooperativa agrícola (1963-1985), el de la mina de carbón de Carrandena (1980-1986), o el botiquín de primeros auxilios (1955-1990). Por último, presenció el declive demográfico de la parroquia, sin darse cuenta de que era su propio declive.

Los libardoneses tenían que buscar mejores horizontes abandonando el valle que les vio nacer y durante el siglo XIX y la primera mitad del XX, emigraron a Sudamérica (fundamentalmente a Chile) y Centroamérica, mientras que a partir de la década de los cincuenta dirigieron sus pasos hacia Europa y a los centros de producción asturianos (Gijón, Oviedo, Avilés, La Felguera).

Un final que no por esperado fue menos triste, porque el declive demográfico de Asturias en general (casi 1.100.000 habitantes en 1990 y muy poco más de 1.000.000 en 2021), y de sus zonas rurales en particular, fue imparable (los más de 1.400 habitantes en los doce barrios de la parroquia en 1940 se redujeron a poco más de 120 en la actualidad, mientras los casi 8.000 del concejo de Colunga en ese año, superan ahora por muy poco los 3.200, habiendo perdido el 24 por ciento de la población en los últimos 20 años).

Poco se hizo para fijar población en estos territorios, aun cuando todos estamos de acuerdo en que no nos podemos permitir el lujo de tener vacío gran parte del mismo, tanto por razones ecológicas como económicas. Cuando el jabalí, el lobo y el oso, acosan a las personas que cuidan los cultivos, los pastos y los bosques y a las vacas, los caballos, las ovejas y las cabras que los aprovechan, resulta difícil entender la ecología. Al menos para quien nació y creció en una aldea respetando, cuidando y disfrutando del entorno porque de él dependía el sustento familiar.

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