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Una pastora "de oro" en Sirviella

Rosa Rojo, de 83 años, recibirá un homenaje en el certamen quesero de Onís por una vida de duro trabajo con el ganado, el campo y el gamonéu

Rosa Rojo Asprón, en Sirviella (Onís). | M. Villoria

A sus 83 años de edad, Rosa Rojo Asprón es la viva imagen de la fortaleza, con una historia vital llena de trabajo, vicisitudes y sacrificio en torno al ganado, el campo, el queso gamonéu y la familia. El Ayuntamiento de Onís ha decidido concederle, por todos los valores que ella representa, el galardón del "Gamonéu de Oro" que le será entregado el día 23 de este mes de octubre en Benia, durante la celebración del 42º. certamen quesero del concejo. Un premio que le hace mucha ilusión recibir. "Estoy contenta", afirma. Será un día especial rodeada de familia y los muchos vecinos y amigos que la aprecian. El otro "Gamonéu de Oro" recae en la Sociedad de Cazadores Virgen de Castru.

Rosa nació en Bobia de Abajo en 1939 y se crio junto a sus padres, Celima, también pastora, y Francisco, que era albañil y artesano. A los 18 años se trasladó a Sirviella. Allí tuvo seis hijos. Reconoce que fue una "vida dura" la suya. "Con nueve años ya estaba sola en puertu, en la majada de Vega Maor", afirma, recordando las veces que bajó andando desde allí al dentista, pidiendo que se la sacaran alguna pieza en mal estado –"aunque no hubiera anestesia"– para volver corriendo al trabajo.

Su gran alegría son sus hijos. Tuvo seis y todos en casa: Carmen, Javier, Lalo, Clara, Pío y Rosa. "Tuvi tres en 18 meses. Tenía nueve meses la cría, quedé embarazada de mellizos y no lo supe hasta que dí a luz", rememora Rosa.

No es el primer reconocimiento que recibe. También le hicieron varios homenajes en el coro "Ecos de Onís", del que formó parte hasta que una lesión en la garganta le impidió continuar. Sus trabajadas manos hablan de lavar la ropa de todos los de casa en el río, del frío y las heladas del trabajo, de subir material a pie para arreglar la cabaña , de coser ropa para fuera , hacer colchones, remendar sábanas, mecer las vacas, segar verde...

"Había que hacer de todo". Las mojaduras estaban a la orden del día. Por eso tiene grabado en la memoria el primer paraguas que se pudo comprar. "Lo compré andando a ablanas montesas. Miraba yo por aquel paraguas como oro", asegura. Varios de sus hijos continúan con la tradición ganadera y, pese a que los tiempos han cambiado, Rosa reconoce los problemas a los que se enfrentan ahora. "Lo veo mal por el tema de los lobos", afirma, aludiendo también al incremento de costes de producción.

Ahora, ya jubilada, se entretiene con una pequeña huerta, sus flores y sus hijos y nietos. Sigue recitando y cantando coplas aprendidas de pequeña y es fan del queso que tanto elaboró de joven, recorriendo mercados en los que "antes se pagaba muy poco por él" y que ahora ve afianzarse en el mercado. "Es bueno y está bien ordenado. Es una riqueza", dice. Cuando se le pregunta por cuál cree que es el mejor queso del mundo, contesta sin titubear: "El gamonéu".

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