La bienandanza de los Antuña
Ocurrió hace algunos años. Pasaron por casa a recaudar dinero para la fiesta del pueblo. Tras el donativo quisieron saber a nombre de quién lo apuntaban. "Pongan Mario Antuña", dijo mi mujer. "Hombre, Antuña, como mi médico Tomás", contestó una de las integrantes de la comisión festiva. "Sí, es que son primos", replicó mi mujer ante el asombro general. "Tomás ye muy buenu, my buenu; de verdad, de verdad lo digo". Fueron muchas las ocasiones en las que con orgullo expliqué en Llanes mi parentesco con Tomás Antuña, dentro del clan del bar La Laguna de El Entrego, alrededor del que fuimos creciendo. Y siempre recibía halagos y parabienes para él por su labor como médico eficiente y cercano, como persona noble, cariñosa y afable. También en su última etapa política por su labor en el Ayuntamiento como Vicealcalde.
La última vez que lo vi fue en uno de esos encuentros casuales, pero ya recurrentes, en un supermercado hace apenas diez días. Al pie de la charcutería le comenté que estaba escuchando de numerosos llaniscos elogios por su labor municipal. Le consideraban servicial, honesto y muy trabajador, siempre a pie de calle dispuesto a escuchar y a ayudar. Percibí que le prestaba el reconocimiento popular, pero sin recrearse ni un segundo en ello, salió de su interior el profundo dolor que iba arrastrando. Hacia una semana que su nieta Carmen había fallecido.
Desde hacía dos años la vida le propinaba sucesivos golpes inusitados por su dureza y reiteración que apenas heroicos personajes de "La Ilíada" podrían soportar. Es sabido ya que en dos años perdió a su querida mujer Luisa Casal, a su madre Matilde, a su hermano Fredo y ahora a su nieta Carmen; hace años había fallecido también su hermana Matilde. Él había superado una grave enfermedad. En alguna ocasión, cuando hablábamos de estas circunstancias familiares, se refería a la "maldición de los Antuña". La que se llevó prematuramente a nuestros padres y diezmó con escarnio y alevosía a aquel clan del bar La Laguna que ahora queda todavía más huérfano. Un duro camino que nos fue enseñando a morir, mientras nuestros seres queridos morían, si es que eso se puede aprender.
No soy dado a las supersticiones, ni mucho menos a las maldiciones. Comprobando el inmenso cariño, consideración y respeto que Tomás fue cosechando a lo largo de su vida, prefiero quedarme con la "bienandanza de los Antuña", de la que tú, querido primu, eres maestro y ejemplo a seguir.
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