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Ver galería >Caminar por las calles de Infiesto en la tarde del Viernes Santo es como adentrarse en un escenario bíblico, donde cada rincón revive los últimos pasos de Jesús tras ser condenado. Desde hace once años, un espectacular Via Crucis viviente convierte la localidad piloñesa en Jerusalén, telón de fondo de una representación que, por momentos, se percibe como real. La ambientación, el silencio respetuoso del público y la entrega de los más de 300 figurantes hacen que todo parezca auténtico, como si uno se hubiera trasladado al tiempo y al lugar donde ocurrieron los hechos que relata la Pasión.
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Caminar por las calles de Infiesto en la tarde del Viernes Santo es como adentrarse en un escenario bíblico, donde cada rincón revive los últimos pasos de Jesús tras ser condenado. Desde hace once años, un espectacular Via Crucis viviente convierte la localidad piloñesa en Jerusalén, telón de fondo de una representación que, por momentos, se percibe como real. La ambientación, el silencio respetuoso del público y la entrega de los más de 300 figurantes hacen que todo parezca auténtico, como si uno se hubiera trasladado al tiempo y al lugar donde ocurrieron los hechos que relata la Pasión.
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Caminar por las calles de Infiesto en la tarde del Viernes Santo es como adentrarse en un escenario bíblico, donde cada rincón revive los últimos pasos de Jesús tras ser condenado. Desde hace once años, un espectacular Via Crucis viviente convierte la localidad piloñesa en Jerusalén, telón de fondo de una representación que, por momentos, se percibe como real. La ambientación, el silencio respetuoso del público y la entrega de los más de 300 figurantes hacen que todo parezca auténtico, como si uno se hubiera trasladado al tiempo y al lugar donde ocurrieron los hechos que relata la Pasión.
J. Quince
Caminar por las calles de Infiesto en la tarde del Viernes Santo es como adentrarse en un escenario bíblico, donde cada rincón revive los últimos pasos de Jesús tras ser condenado. Desde hace once años, un espectacular Via Crucis viviente convierte la localidad piloñesa en Jerusalén, telón de fondo de una representación que, por momentos, se percibe como real. La ambientación, el silencio respetuoso del público y la entrega de los más de 300 figurantes hacen que todo parezca auténtico, como si uno se hubiera trasladado al tiempo y al lugar donde ocurrieron los hechos que relata la Pasión.
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