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CON SABOR A GUINDAS

Miradas de alivio

Nuestros ojos como faros y vigilantes del destino

Así andamos los terrestres por este complicado mundo. Lo hacemos con nuestro cuerpo vestido, con nuestro rostro cubierto por unas mascarillas, son nuestra alma callada y prudente, tan sólo nuestros ojos son hoy, en nuestras vidas, esos faros vigilantes que nos guían a los humanos por la senda de esa incertidumbre que a causa del virus nos agobia.

Estamos aprendiendo a mirarnos y la enseñanza será larga. Viene a mi memoria donde podíamos encontrar esa escuela que nos enseñase a afrontar, con moderación, nuestras preocupaciones para tener paz y calma.

En estos pensares estaba yo, reposando en mi habitual sillón, mientras revisaba la prensa con las últimas noticias. Leo y me alarmo. La OMS nos manda una seria advertencia: "Lo peor está por llegar". Me azota un viento frío que me llena de dudas.

Me quedo un poco vencido por ese débil sueño de mi ligera siesta y deposito mi mirada en un amplio dibujo de Moré que cuelga sobre mi salón. Vemos al Quijote sobre Rocinante y a Sancho con su jumento del ramal, caminando cabizbajos tras su derrota con las aspas de los molinos que el caballero había confundido con imaginarios gigantes.

Sus miradas, tristes, pierden su luz y después se hunden en la tierra con expresión de cansancio y desconsuelo. Traslado esta situación al momento actual que vivimos en la lucha contra ese otro gigante invisible que necesitamos vencer. Pienso, al igual que ustedes, que afrontaremos una dura lucha y tenemos que ver la forma de defendernos de esa ansiedad con razonable esperanza. Así lo manifestaba en estos días el doctor Ángel García Prieto con sus acertados consejos en el deseo de que apartemos esa sensación de pesimismo.

Cierto es que se escuchan opiniones de todos los gustos, en ocasiones ligeras, y debemos de centrarnos en una sola: responsabilidad colectiva. Necesario es alcanzar esa unión sin miramientos ni colores, con trabajo en equipo y diálogo compartido.

A pesar de la dificultad de la mascarilla debemos de hablar alto y claro, que se nos entienda bien, que el diálogo fluya con claridad, sea consensuado y que nuestra sensatez nos dé aplomo para saber que la vida es demasiado corta para gastarla en mentiras. Pienso que, seamos o no creyentes, sólo la conciencia, alimentada por la Providencia como colaboradora de nuestros actos, sabrá tejer las madejas de nuestros sentimientos.

Hoy son nuestros ojos, los que en sus silencios, tienen en su vivir esa luz intensa que nos orienta y se asoma para iluminar la ruta de nuestras vidas y lo hace en voz respetuosa escuchando con prudencia la llegada de esa esperanza que nunca nos debe de abandonar.

Ellos, en su mirada profunda, tienen que lograr descifrar esos misterios que nos dominan y alcanzar soluciones que nos llenen de ilusión. Elegir otro camino sería perderse y, pienso, que sólo traería desconciertos y dudas que mermarían nuestra mejor disposición de afrontarlas.

Sabido es que entre todos tenemos que ganar esta batalla. Cierto que son muchas las cosas pendientes, pero debemos de ponerlas en su sitio y aplicar sobre ellas confianza, verdad y fe. Diríamos que nada funciona si se pierde la confianza. Si la vida no se practica surge el desencanto. Sobre la fe nuestro máximo respeto ya que es un acto de propia libertad por el que nosotros mismos elegimos nuestro destino.

Así las cosas, siendo conocedores de todos estos valores, pongámonos a ordenar nuestros recuerdos, olvidemos localismo y, luego, todos unidos, compartamos ideales.

Mientras tanto nuestros ojos seguirá, veremos por cuanto tiempo, siendo los faros de nuestro futuro para continuar ofreciéndonos miradas de alivio.

Que así sea.

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