En solo un tiempo récord Ribadesella aumenta su empadronamiento en unas 300 personas que desde la ciudad buscan la tranquilidad en zonas reposadas donde encontrar paz y calma. En otros municipios también ocurre.

El invisible misterio del virus, en su viento oculto, azota y hace cambiar los tiempos. Hemos pasado del refugio de la ciudad al de la naturaleza. Hace unos días mientras paseaba me saluda un amigo y con sonrisa abierta me anuncia su vuelta para ser vecinos y compartir esa calidad de vida que se disfruta con la belleza que encierra toda nuestra querida Asturias.

Pasado el ajetreo veraniego estamos ya en el otoño. San Mateo nos abre su puerta de entrada y nos ordena con más severidad el cumplimiento de distancia y mascarilla. Debemos de ser fieles cumplidores.

Ya es otoño, como les digo, y en la mirada que le ofrezco al paisaje que contemplo no es la misma en su alegría que la de otros tiempos. No diría que exista una tristeza abrumadora paro sí cautiva de una soledad, que impuesta, no acierta a darnos la felicidad prometida.

Sigo mi paseo matinal y por más que busco la luz ando perdido entre sombras. Llevo la mascarilla puesta y aunque quiero alzar mi voz prefiero hablarle a toda la naturaleza que me rodea en silencio. Mi mirada se aleja y al igual que el viento busca su destino. La dejo perderse por el mejor de los caminos. Nacer y vivir en la aldea es motivo y desde niño de tenerle un especial cariño a la naturaleza. Hablarle y contemplarla me relaja. Yo al día de hoy sigo compartiendo con ella todo ese amor que los dos llevamos dentro. Le digo que no podemos humillarnos ante la pandemia y hemos de mantener la ilusión con esa plena confianza que sabremos derrotarla sin tardanza. Dios nos oiga.

Sigo caminando. El sol madrugador se fue escondiendo entre unas nubes que tenían prisa en llevárselo. La mañana se alimenta de una fina lluvia, dejándose acompañar por una brisa suave que me trae recuerdos.

Mis pasos se mueven con soltura en este principiante otoño que se anuncia, en su pensar no muy friolero. Me detengo ante un árbol, curtido en años, que empieza a desnudar sus hojas haciendo alfombra sobre el campo húmedo. Alguna flor tardía se asoma a la escena silenciosa.

Aún es mediodía y unas nubes blancas se van deshilando sobre el cielo gris. Me da la sensación que cual palomas mensajeras, en su delicioso vuelo, van dejando una estela de amores y sentimientos.

Sale a mi encuentro un tronco cortado y hundido en la tierra sobre el que busco un descanso. Hago una pausa, medito y doy alegría a mi pensamiento. Vuelvo a la senda y le brindo mi amistad al paisaje. Siento un perfume a hierba mojada que alivia mi respirar. Sin ruido alguno todo es soledad.

En la distancia, volcado sobre el horizonte del mar, me acompaña un arco iris que, al igual que el experto malabarista, se cuelga en los andamios del cielo haciendo filigranas con sus múltiples colores. De pronto desaparece.

Me digo, entonces, que nada es eterno y todo es fugaz, pero así es la Vida. Tenemos que convencernos que nadie es inmortal, que nada es duradero y necesario es tener conciencia y buscar la verdad para encontrar la paz.

Mientras mis pasos hacen ruta, los silencios van y vienen. Se esconden y aparecen. A veces se hacen parcela grande y es entonces cuando siembro en ella la cosecha del futuro de mis sueños. Me ofrezco a los nuevos habitantes riosellanos a enseñarles estas rutas para que conozcan la hermosura que ofrece todo este Paraíso Natural que es el Principado de Asturias.

El aire se hace más fresco y regreso a mi hogar. Un día más a recordar.