Los contenidos de aquellas canciones daban para mucho. Incluían, por ejemplo, los sones trepidantes de “La jaba”, un baile de antes de la Guerra Civil con letras puestas por Eduardo Junco Mendoza, que se bailaba al son del organillo de “El Monosabio”:
“(...) Guapa, Sarina Pachín;
guapa, Coponín;
feas, Rosario Rubín y Filo Parás;
pasable, Anita; gorda, Pepita; moca, Pilar;
y pistonuda la chiquitina de Montalbán (…)”.
Retrataban aventuras de gallitos pequeño burgueses que frecuentaban el Casino:
“(…) Los más golfos de Llanes,
Pepito Ampudia y Pedro Cabrales,
Arturo el del Rubio y Pepe Mijares (…)”.
Celebraban coralmente la épica en bicicleta de un pintor cántabro de brocha gorda que marcó toda una época desde 1914:
“(…) Arriarán, Arriarán, tus amigos no te olvidarán,
es postín, es postín, ser amigu d´esti pintorín (…)”.
Ensalzaban las victorias del “Triquitrí” (el legendario equipo de fútbol de finales de los cuarenta), uno de cuyos cánticos, destinado al equipo rival, hacía atrevidas alusiones a los “emboscaos” ante los mismísimos bigotes de la Benemérita:
“(…) Si tenéis jugadores es gracias a Bernabé,
que los trae por la noche cuando nadie los ve (…)”.
Planteaban pintorescas visiones del veraneo al ritmo del pasacalles de La Magdalena:
“(…) Cuando Amelia, la sillera, ve las casetas del Sablón pintar
Sale entonces María la Quiroga, palu que te vien, palu que te va (…)”.
Y perpetuaban la memoria de los perfiles fuera de serie:
“(…) Cosmín, Cosmín,
todos te quieren porque eres muy chiquitín (…)”.
El repertorio de las canciones era tan grande como puede serlo el alma de cualquier localidad. De toda aquella plácida vida perdida queda en pie la escenografía (el Cuetu, la Calle Mayor, el Cotiellu, la Moría, el Barriu, Cimadevilla...), pero casi completamente vaciada de individualidades carismáticas de verdad. La biodiversidad del casticismo nunca había estado aquí tan empobrecida como ahora.
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