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La piel sobre el escenario

El actor José Antonio Lobato fue uno de los grandes valores del teatro asturiano

En 1951, Fernando Vela vio actuar en Stratford-upon-Avon, localidad natal de Shakespeare, al reputado actor shakespeariano Michael Redgrave, padre de Vanessa Redgrave. Los diálogos de la obra representada eran en lengua inglesa de los siglos XVI y XVII, por lo que, según cuenta el colaborador de Ortega en su ensayo “Visita a Inglaterra”, fue muy poco lo que pudo entender. Aún así, salió de la sala empapado de teatro del bueno.

Algo parecido me ocurrió a mí en 1992, cuando asistí a una actuación de Peter O’Toole en el viejo Apollo de Londres (coliseo que lleva abierto desde 1901 en el West End). El astro británico encabezaba el cartel del drama “Our song”, de Keith Waterhouse, dirigido por Ned Sherrin, y completaban el reparto Tara Fitzgerald, Lucy Fleming, Donald Pickering, Jack Watling, Cara Konig y William Sleigh. Le tuve dos horas frente a mí, a escasos metros de mi butaca, y en todo ese tiempo sólo se ausentó del escenario un cuarto de hora. Encarnaba a un maduro ejecutivo que ve complicarse su vida en extremo tras enamorarse obsesivamente de una veinteañera (Tara Fitzgerald). Apenas entendí tres o cuatro frases, pero eso era lo de menos. Lo importante era estar viendo actuar a Peter O’Toole.

José Antonio Lobato González (Soto de Rey, 1956-Oviedo, 2020), cuya personalidad, dotes interpretativas y poderío escénico solían copar también la atención del espectador por encima de los papeles a los que daba vida, pertenecía a esa clase de intérpretes. El fundador de la compañía Margen, fallecido en septiembre de 2020, poseía algo de “magnetizador social” (aquello que se decía del teatro de Tadeusz Kantor) y estaba dotado de la versatilidad del actor total. Podía expresar tanto la banalidad como la profundidad del género humano; era la risa y el llanto, el gesto y la palabra capaces de asaltar la cómoda neutralidad del asiento del espectador y de poner en vilo las conciencias. Lobato imantaba.

En Llanes pudimos disfrutar de su trabajo numerosas veces. Las tengo anotadas. La primera fue en 1990, en el Cinemar. “Margen”, la mítica compañía a la que estuvo totalmente entregado durante cuarenta y tres años, representó en aquella ocasión “Ahola no es de leil”, de Alfonso Sastre, obra en la que intervenía también Ceferino Cancio, otro gigante de la escena asturiana desaparecido. Luego vendrían “La noche que no llegó el viento” (1991); “Toreros, majas y otras zarandajas” (1991); “¡Olé!” (1992); “Gran Viuda Negra” (1995); “War!” (1999); “Molière ensaya Escuela de mujeres” (2000); “La Regenta en el recuerdo” (2001); “Hamlet” (2002); “La Celestina” (2003); “Anfitrión” (2004); “El viaje a ninguna parte” (2006); “Entremeses. La guarda cuidadosa y La cueva de Salamanca” (2007); “La soldado Woyzeck” (2008); “Tartufo o el hipócrita” (2009); “A puerta cerrada” (2010), y “Vuelva mañana” (2017).

José Antonio Lobato era una pieza básica del teatro profesional del Principado y un acicate contra la inoperancia y la desgana de la clase política en la crisis crónica del sector. Racial y sensible, aguerrido y alegre, idealista y solidario, supo siempre adaptarse a cualquier escenario y ganarse a pulso nuevos públicos (algo tan difícil) en todos los rincones de la región.

Los aficionados asturianos al teatro quedamos en deuda con él. Le debemos, sobre todo, el enorme valor de su renuncia a salir de Asturias a la búsqueda de horizontes más prometedores.

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