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Melchor Fernández

Esteban, para siempre en Panes

Esteban Sánchez Sordo viajó ayer a Panes. Lo hizo, como tantas otras veces, desde Madrid, donde residía. Pero esta vez se trató de un viaje muy especial, porque era el último, ya que le trajeron a quedarse para siempre. Su mujer y sus hijos sabían sin duda que cumplir su deseo de ser enterrado en su pueblo natal no implicaba añadir al dolor de la pérdida el agravante de la separación, sino todo lo contrario: fortalecer aún más un vínculo capaz de resistir a la muerte, como es el recuerdo, a través del cual sobrevivimos en los otros, sobre todo en los que más nos quisieron.

Y es que Esteban era muy de su pueblo, donde su padre, farmacéutico, fue durante muchos años una personalidad muy estimada. También, donde su madre murió demasiado pronto, un trauma que aliviaría Carmen, la hermana de Esteban, al asumir en cierto modo el papel materno, a pesar de ser más joven que él. Luego Pili, su mujer, terminaría de aportarle el apoyo y la confianza que demandaban su carácter. Con ella a su lado consolidó una relevante trayectoria profesional como alto funcionario público, en cuya base estaba la titulación en una carrera tan difícil como la de ingeniero de Minas.

Tranquilo, discreto, siempre afable, uno piensa que se había hecho acreedor a un largo y feliz retiro, pero, por el contrario, la vida le trató con una cruel dureza en los últimos años, asestando una sucesión de golpes muy duros a su salud. Respondió a ellos con una entereza ejemplar. Yo le había conocido en nuestra época de estudiantes y la convivencia de entonces –en una pensión, primero; luego, en un colegio mayor– cimentó un afecto que no solo resistiría el paso del tiempo, sino que se afianzaría con él. Esa amistad, compartida con amigos tan entrañables como Sabino Suárez, se ampliaría en estos últimos años hasta una admiración cada vez mayor al contemplar el sereno estoicismo con el que Esteban afrontaba unos sufrimientos que hubieran hundido a cualquiera.

Desde esa admiración me resisto a decirle adiós. Hace mucho tiempo que tengo por Panes un afecto que sentía como especial. Ahora entiendo definitivamente por qué: tengo allí un amigo que esperará siempre mi visita. Iré a verte, Esteban.

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