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Andrés Martínez Vega

Relatos sobre vitela

Andrés Martínez Vega

El prestigio de un farmacéutico piloñés

Francisco Cardín adquirió un enorme renombre por los productos de laboratorio que él mismo elaboraba

La tradición que la rebotica alcanza en la historia de las farmacias asturianas ya es algo más que el espacio del establecimiento, adyacente al lugar en donde se expendían los fármacos. Presente hasta en nuestra literatura, al ser utilizada por Vital Aza como escenario del sainete –“La rebotica”– que estrenará en el teatro Lara, de Madrid, el día 7 de marzo de 1895, era el lugar donde se realizaban los trabajos del dueño de la farmacia preparando los mejunjes prescritos por el galeno y el albéitar. Era, efectivamente, el laboratorio, pero también lugar de encuentro y ocasión de tertulia. Los dichos y los hechos de la vida local, tanto como los fastos de la política nacional, encontraban en tales reuniones glosa oportuna y picante.

En el farmacéutico de finales del siglo XIX se efectúa una renovación de actuación y costumbres que, rompiendo sin violencia con el pasado, le hace más prometedor y científico. La farmacia arcaica se despoja lenta y decidida de todo proceder inveterado, naciendo así el profesional de nuevos ideales en forma, a veces, de investigador artesano, que, con tecnicismo rudimentario y mucho ingenio, elabora productos químicos de notable pureza.

Figura destacada en esta historia de farmacéuticos asturianos es la de Francisco Cardín Meana. Hijo de don Francisco Cardín y doña Obdulia, había nacido en el año 1877 en la villa de Infiesto, en donde hace sus primeros estudios para pasar a hacer el bachillerato en el famoso colegio de Valdediós. En el año 1893, tras graduarse en Oviedo, se traslada a Santiago de Compostela para seguir los estudios de Farmacia y en aquella universidad gallega se gradúa en el año 1899.

Tras su regreso a Asturias, se establece en Oviedo, en la botica de la calle del Sol, donde adquirirá un enorme prestigio por los productos de laboratorio que él mismo elabora. Son muchas las fórmulas de su propia creación; entre ellas, podemos destacar el “Aceite de Ricino Cardín”, idéntico a los demás ricinos pero diferente en su aspecto y sabor, al lograr una emulsión de gusto agradable que facilita la administración sin dificultad a los niños, sus principales usuarios. Gran aceptación tuvo igualmente el “Antiséptico Analgésico Cardín”, remedio eficaz en las grietas de los pechos y toda clase de heridas.

Con su buen amigo el boticario de Villaviciosa, don Rafael Valdés Cavanilles, creará el específico “Trabmull”, resolutivo del que eran únicos depositarios en España, preparado de acción segura en quemaduras, contusiones, torceduras, infartos, picaduras, hernias, tumores blancos, etcétera…, y en general en toda clase de inflamaciones externas.

Pero realmente el específico que le consagra y le da un gran prestigio en toda España e, incluso, en América, será el “Pectoral Cardín”, fruto según él mismo dice de varios años de detenido estudio de los efectos fisiológicos y terapéuticos de cada uno de sus componentes, asociados de tal manera que no pueda existir incompatibilidad alguna. Él mismo, a través de los anuncios de dicho medicamento insertados en prensa, prioritariamente en el diario “El Carbayón”, y de los testimonios recogidos tanto de pacientes como de médicos, asegura que el “Pectoral” es un agente importantísimo para el tratamiento de las enfermedades inflamatorias y congestivas del aparato bronco-pulmonar y tuberculosis. Al estar compuesto, entre otros, por el bi-fosfato cálcico y algunos sedantes, insensibilizaba las últimas ramificaciones nerviosas bronquiales calmando la tos, por lo que estaba indicado también en la tos ferina con resultados positivos.

Su estancia en Oviedo fue, no obstante, breve al decidir compatibilizar sus tareas profesionales con temporadas de descanso en su tierra natal. Se refugia en Antrialgo, pequeña aldea de Piloña, en la casa solariega de su madre. Allí, entre gente sencilla, despreocupado de todo, haciendo vida al aire libre, y dedicado a la pesca, su afición preferida, volvió a encontrarse a sí mismo, recobrando el sosiego perdido, pero ya no volvió a Oviedo; le sorprende la muerte en Infiesto, el 15 de noviembre de 1932, a los 55 años.

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