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Melchor Fernández

Mucho más que un gran tendero

La primera vez que entraba uno en la tienda de Luis Lobo, en Posada de Llanes, tenía la sensación de que lo hacía en un museo, por el espléndido diseño del establecimiento y el exquisito gusto en la disposición de la mercancía, toda ella de excelente calidad, con mención especial para los productos del Oriente asturiano, sobre todo, los quesos. No hacía falta, sin embargo, frecuentarla muchas veces para darse cuenta de que lo mejor de la tienda estaba detrás del mostrador. Allí reinaban, hasta que, hace años, la muerte separó a aquella pareja admirable, la impecable facundia de Geli y la discreta sabiduría de Luis.

Porque Luis era un sabio, por conocimientos y por actitud. Se licenció en la universidad de la vida, en la que siempre estuvo dispuesto a captar lo que estaba al alcance de sus dotes de estupendo observador y a asimilar, con buen criterio, lo que procediera de los demás, ya fuera a través del trato personal o de la letra escrita, porque fue un lector empedernido. Y hubiera sido un magnífico profesor, pues transmitía excelentemente lo que sabía, nunca con presunción ni pedantería. Los que tuvimos la suerte de tratarlo pudimos aprender, a través de él, mucho sobre su comarca, que conocía a la perfección, y de muchas otras cosas. Conversar con él era siempre un placer, y acompañarle en algún recorrido por el entorno de Posada, un lujo. Siempre recordaré, por ejemplo, aquella tarde de agosto en que mi hija y yo le acompañamos a Tielve a visitar a un anciano matrimonio que, tiempo atrás, le suministraba un queso de Cabrales –según Luis, insuperable– que producían en Valfríu, cuando las majadas todavía eran pueblos de verano. Llevaban mucho tiempo retirados de su duro quehacer pero él seguía visitándoles para, sabiendo que eran muy llambiones, llevarles una docena de pasteles. Oírles hablar de su vida, con un lenguaje precioso, fue un privilegio.

Luis Lobo estaba muy orgulloso de sus hijos, uno de los cuales, Manolo, encarna la continuidad del negocio familiar, ya en la tercera generación. Seguro que el orgullo era recíproco. Que ahora, al convertirse en recuerdo, les sirva de consuelo.

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