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Higinio del Río

Gente de Asiego

Una fotografía como origen de una crónica familiar del siglo XX

Una vieja fotografía conservada entre dos mundos ha movido al poeta, ensayista y editor Fernando Fernández Figueroa (Ciudad de México, 1964) a recrear la peripecia vital de su familia. La imagen corresponde a un grupo escolar –el maestro y los treinta y seis niños de la escuela de Asiego, en Cabrales- y fue captada en 1925 por un fotógrafo ambulante.

Esos rostros, alineados en cuatro filas, encierran un gran poder de evocación. Reconvertida en motivo literario, la foto ha dado lugar al libro “Oriundos” (2018), que es una magistral crónica familiar del siglo XX, a caballo entre México y Asturias. En ella, Fernando Fernández sigue el rastro de aquella escuelina y va desvelando, poco a poco, y con exquisita prosa, la densa acumulación de recuerdos y sugestiones que envuelve al maestro, “el Tío Aquilino”, y a sus alumnos. Indaga en los cajones, analiza cartas de ultramar y recaba testimonios en una tarea que tiene algo de ejercicio detectivesco. En el centro de la escena sitúa a sus abuelos paternos, Santos Fernández Bueno (1906-2002) y Fernanda Bueno Bueno (1914-2006), hijo y sobrina del Tío Aquilino y primos carnales entre sí.

Fernanda Bueno había nacido en México, amadrinada por la esposa de Jesús Moradiellos, el primer presidente del Centro Asturiano de la capital, pero desde muy niña, al morir su madre, la llevaron a Asiego, donde pasó su infancia y parte de su primera juventud.

Al casarse con Santos en 1933 –tenía entonces diecinueve años– regresó a tierras mexicanas. Su padre, Fernando Bueno Díaz, había vivido en México cuarenta años, desde 1887, y tuvo allí, entre otros negocios, la tienda y cantina “La Hoja de Lata”, en la esquina de Cinco de Febrero y Mesones.

De vuelta a Cabrales en 1927, cumplidos los cincuenta y un años de edad, compró muchas tierras y resultaría elegido concejal en la Segunda República. Su hija Fernanda fue la última superviviente de la foto de la escuelina, en la que está ausente Santos, que había emigrado a México en 1923, a los diecisiete años, huyendo de la guerra de África.

Sobre todo, Fernando Fernández refleja las circunstancias de la emigración. El viaje de su bisabuelo en la bodega de un barco, “en la que iban, igual que si fueran animales, cientos de hombres de todas las edades, entre vómitos y blasfemias”, es una de las estampas de más dramática elocuencia que ofrece al lector.

La acogida inicial del abuelo en la Sociedad Española de Beneficencia, las noches durmiendo detrás del mostrador de la tienda de abarrotes y los años de sacrificio previos al estatus de prosperidad y riqueza son otras de las situaciones, personalizadas y contextualizadas, a las que saca punta en su relato.

La tierra de procedencia está muy presente. “En algunos aspectos, la vida de Santos y Fernanda en México transcurrió como si nunca hubieran salido de Asiego”, nos dice el autor, que da visibilidad a más de cincuenta vecinos de distintas épocas y registra momentos esenciales del pasado y del presente de la localidad de los Picos de Europa, como la Guerra Civil, la concentración parcelaria y la agonía de la vida tradicional en aras del turismo.

También Llanes se asoma a las páginas de “Oriundos”, con referencias al fotógrafo Cándido García, a El Coritu (que en 1936 salvó la vida de Fernando Bueno Díaz) y al Mayorazu de Porrúa, al que Alberto Niembro Turanzas, relevante hijo de Asiego, dedicó un célebre librito.

La desorientación del abuelo Santos al final de sus días, cuando ya no sabía si estaba en México o en España, viene a ser un conmovedor remate a la historia, una apropiada metáfora para expresar dos rasgos característicos de muchos de quienes tuvieron que emigrar a América: la integración plena en el país de adopción y el latido de un corazón dividido.

higiniodelriollanes.blogspot.com.es

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