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Higinio del Río

Algo se desmorona en Llanes

Los restos del glamuroso Hotel Victoria, entre la ruina y el olvido

Era famoso por su esmerada cocina y por las tertulias que acogían sus salones, donde a menudo se promovían brillantes actos sociales y encuentros políticos. Entre ellos, quedó reflejada en los anales la multitudinaria cena organizada el viernes 24 de junio de 1932 en honor de Félix Fernández Vega, por su nombramiento como gobernador civil de Granada, a la que asistieron los prohombres locales de la nueva era republicana, como el comerciante Juan Antonio Pesquera, el médico Thaliny o el poeta Félix Pedregal. Aquel Hotel Victoria perdido en el tiempo compartía el glamur y el incesante bullicio de los hoteles berlineses de entreguerras, y a él acudían personalidades de todos los ámbitos, como el torero intelectual Ignacio Sánchez Mejías, amigo de Alberti y de García Lorca, la bailaora La Argentinita y el actor Rafael Rivelles, y allí almorzarían el ministro Fernando de los Ríos y José Antonio Primo de Rivera.

Lo habían puesto en marcha a finales del siglo XIX Juan Martínez Garaña, antiguo emigrante en Cuba, y su esposa, Francisca Morán Villanueva (Quica). Inicialmente se ubicó en el número 21 de la Calle Nemesio Sobrino, frente a la finca de Labra y junto a la parada de las diligencias, y en los años 20, se trasladó al actual número 25 de la misma calle. El piso superior estaba destinado a las habitaciones del hotel, y la planta baja a comercio. Era una familia de larga tradición en el negocio de la hostelería y en el del transporte de viajeros. Los padres de Quica Morán, Griselda Villanueva y Manuel Morán, habían abierto en Puente Nuevo, alrededor de 1850, un establecimiento mixto de tienda, bar y fonda, y un hotel en Arenas de Cabrales. Una parte del clan familiar gestionaba también la línea de diligencias entre Llanes y Cabrales.

El “Victoria” vivió su época dorada en los 30. Contaba con sesenta y ocho habitaciones y con más de veinte huéspedes permanentes, entre ellos el juez, el arquitecto municipal, el farmacéutico, el secretario del Juzgado, el del Ayuntamiento, el practicante, el veterinario y varios profesores del Instituto de Enseñanza Media. El comedor, con capacidad para ciento cincuenta comensales, estaba siempre muy animado, tanto a la hora de las comidas como de las cenas. Cada 14 de abril se conmemoraba allí el aniversario de la Segunda República. En un amplio recibidor se extendían a la vista ejemplares del “ABC”, “El Sol”, “El Heraldo de Madrid” y otros periódicos y revistas ilustradas, junto a los paragüeros y al lado de una mesa de madera noble con varias escribanías, siempre dispuesta para los viajantes que llegaban en los trenes de Oviedo y Santander. Una docena de empleados hacía frente a aquel acompasado guirigay, propio de un relato de Vicki Baum: cocineras, camareras (que iban y venían a diario al Lavaderu, cargadas con bateas de ropa), botones y maleteros.

De repente, un día lluvioso de septiembre de 1937 aquel mundo tan rico en sensaciones y sonoridades se diluyó. Llegarían las represalias e incluso un fusilamiento (el de Ángel Martínez Morán, en Gijón), como consecuencia del compromiso político de la familia; los muebles fueron saqueados y repartidos; un escritorio y el tresillo de la sala de recepción iría a parar al Ayuntamiento, y el hotel se convirtió en sede de distintos organismos del nuevo régimen (delegación local de Prensa y Propaganda, Sección Femenina y Auxilio Social).

La familia Morán Villanueva había partido, precipitadamente, sin despedirse, unas horas antes de la entrada en la villa de las tropas de Franco y después de servir la cena a sus huéspedes, con el comedor lleno o casi lleno, como siempre. Subió a un camión en silencio, prácticamente con lo puesto y unas maletas, y en Ribadesella embarcó rumbo al exilio.

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