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Manuel Herrero Montoto

Pepito Fondón y el Sella

Dicen que cuando nació Pepito, su madre con la voz tomada por los trabajos del parto preguntó a la comadrona: ¿niño o niña? Y la partera, sin apear la cara de susto, le contestó que le fue imposible ver la matrícula, pues salió por la puerta de la vida como un sputnik y en dirección al río. Y desde entonces, el río, la piragua, la llave inglesa para algún arreglo, especialidad cisternas, la bicicleta, el traje de baño metido en un puño, y todos los útiles que caracterizan al hombre de acción lo acompañaron por calles y plazas de Arriondas. Aderezada esta actividad frenética, propia de los héroes de Marvel, con la sonrisa entrañable del ciudadano de bien.

Pepito Fondón se nos fue. Estaba yo en la creencia de que la muerte dejaría tranquilas a las personas buenas de toda la vida, como él. Pero fallé en mi pronóstico, la puñetera lo secuestró y en K-2, al timón ella, salieron paleando hacia algún cielo con la cisterna estropeada. La cosa es así, qué solos se quedan los vivos cuando nos dejan los imprescindibles. Esos hombres y mujeres tan arraigados a lo suyo que forman parte del paisaje y lo engrandecen con su presencia.

Pepito Fondón ya es recuerdo. Un recuerdo que permanecerá vivo en la memoria del río Sella. Los rabiones guardaron un minuto de silencio. Y dos garzas, que cada tarde esperaban su piragua en el rabión del Picu la Vieya y lo acompañaban hasta el del Diablu, hoy no graznan alegría al paso de incansable Pepito Fondón, graznan un réquiem por su ausencia.

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