Define la Real Academia de la Lengua –palabra de Dios– el término “demagogia” como la “degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder”. Así que para practicar la demagogia hay primero que dedicarse a la cosa pública, y después apelar a estados afectivos del ánimo de la ciudadanía con la intención de seguir a gusto en el machito. Ello quiere decir que no es demagogia que un juntaletras juzgue vergonzoso que el estudiantado de Cangas de Onís, patria querida, lleve siete años condenado a recibir clases en barracones; ni aventurar que ese desaguisado estaría arreglado hace mucho, mucho tiempo si los que se vieran obligados a desarrollar su trabajo (llamémoslo así) en esas toscas casetas fueran los politicastros responsables de tan bochornosa situación.
