Emilio Sobrino Mier y el pedestal resarcido

Un pintor y escultor que no se esforzó por alcanzar el reconocimiento que merecía

Higinio del Río

Higinio del Río

Desde un pedestal vacío, Emilio Sobrino Mier (1903-1992) dio el salto a una inmortalidad que hoy duerme en la hemeroteca de El Oriente de Asturias. Fue él el encargado de borrar una secuela que languidecía en el parque de la villa de Llanes. Tan poética como hiriente, la orfandad de aquella base de piedra (causada en 1937, cuando la escultura de José de Posada Herrera, hecha por Gragera e inaugurada en 1893, fue derribada por orden del Frente Popular) pudo resarcirse en 1963, al colocarse allí una magnífica réplica de la obra original, cincelada en el taller de Juan de Ávalos por Sobrino Mier.

Este pintor y escultor llanisco se había formado en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, en cuyas aulas coincidió y trabó amistad con Ávalos. Legó una obra dispersa y aún sin catalogar, compuesta de óleos y dibujos a lápiz, carboncillo y sanguina (bodegones, desnudos, retratos y paisajes urbanos), así como bustos escultóricos en madera y escayola. Hizo muchas cosas, pero dejó en el tintero otras tantas. Le faltó esculpir en piedra, por ejemplo, la figura de San Pedro apóstol para su instalación en el belvedere llanisco, según le había sugerido el poeta Federico Muelas, y no se decidió a desarrollar un prometedor boceto a gran formato para una pintura costumbrista que representaba un magüestu junto a la capilla del Cristo, en el que se podía reconocer a significadas personas de la villa.

Pertenecía Sobrino a una familia acomodada, y esa circunstancia le restó determinación y perseverancia para reivindicarse como artista. Su existencia transcurrió plácidamente en su pequeño mundo sin necesidad de luchar por alcanzar el reconocimiento que merecía. Su padre, Cayetano Sobrino Mijares, emigrante llanisco de raigambre corita, se había enriquecido en Cuba y en México. Cuando regresó a Llanes en 1899 fijó inicialmente su morada en Cue, donde se casó y nació su primogénito, pero tiempo después se mudó a una mansión en La Moría, en la que vio nacer a otros dos hijos y a una hija.

El arte de Emilio se fraguaría en otra casa de La Moría, heredada de la familia de su madre. Tenía su estudio en la planta baja, de galerías abiertas al Sablín y vecinales guirigáis de gaviotas. Trabajaba sin prisas ni agobios y ponía una servilleta en el tendal, que era su modo de indicar que no se le molestara. En aquel taller de ambiente entre bohemio y renacentista se iniciaría en el arte de modelar Antonio Sobrino Sampedro, nieto de su hermano mayor.

Emilio vivía estoicamente, sin lujos ni gastos superfluos (ni siquiera se permitía tomar un café en un bar) y carecía de agua caliente. Era hábil para las tareas manuales, reparaba las averías domésticas y sabía desenvolverse como carpintero de rivera. Construyó la lancha “Nuestra Señora de las Lindes”, con la que se ganaría una regata. Era buen nadador, al igual que sus hermanos, y en la playa del Sablón enseñaba a los niños los fundamentos de la natación.

A través suyo fue encargada en 1959 a Juan de Ávalos, para un paso procesional de la Semana Santa, la escultura de Jesús y el Cirineo que sería pagada mediante suscripción entre los feligreses. Estaba en todo. Promovió en los años 60 el homenaje a la familia madrileña Igual García-Alix, pionera del veraneo; contribuyó a la creación de la Sociedad de Amigos del Paisaje (1971); fue entusiasta seguidor del bando de la Magdalena, socio del Casino y tertuliano crítico, informado y detallista. Visitó Alemania dos veces, en 1977 y 1984, invitado por su amigo José Luis Mijares Gavito, profesor de la Universidad de Mannheim y divulgador de su obra en la República Federal, y esas fueron sus únicas salidas al extranjero.

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