Opinión | Con sabor a guindas

Una mirada al mar

La búsqueda del equilibrio y la armonía a través de la belleza de Ribadesella

Hay días que el destino nos tiene reservado el sentir de lo que la belleza representa en nuestras vidas para llenarlas de felicidad y buscar en ella ese equilibrio y armonía al encuentro de calma, paz y tranquilidad, todo ello al contemplar la Naturaleza. Y a esa meditación plena de reflexión y silencio, se hace en cada persona milagro y misterio para fortalecer esa soledad buscada donde afloran esos escondidos sentimientos como compañeros fieles de esa deseada felicidad.

Y así las cosas, nunca puedo olvidarme de como la brisa del mar riosellano y sus silencios de esta bella villa que me vio nacer y curtió en mi ya avanzada edad. Bendita sea mi suerte.

En estos pensamientos estaba yo apoyado sobre la barandilla de la playa contemplando el horizonte inmenso donde todo se hacía paz en la mirada de una mar en calma, como muy grata compañera del descanso de mi cuerpo y alivio de mi alma.

El sol se dejaba ver brindando un cálido saludo y en la distancia desde el anden de su enorme horizonte presto a su marcha en el tren de una noche cercana que se llevaba como viajeros sus últimos rayos de luz en una mezcla de arcoíris que jugaba con amistad y afecto con el azul de sus aguas.

Todo un abanico de colores se abría para darle al entorno una brisa suave, con olores de salitre y yodo en un abrazo de cielos múltiples, entre un gris tibio y un pálido azul, aderezados con unas gotas de un rojo intenso, para completar el mas hermoso paisaje que existir pudiera.

La naturaleza y el silencio se hacía meditación profunda. No contaba el tiempo. El reloj paro su tictac. Las olas llegaban como de puntillas, sin ruido, con un murmullo fino y delicado, como si un dulce eco nos enviase en voz baja, una oración para ser rezada con espiritual devoción.

Sin darme cuenta, el jinete de la noche dejo oír sus pasos. Mientras se alejaba aparecía unas estrellas, que en danza con la luna solo les faltaba el sonido tierno de un bolero.

He querido regalarle a mi querida Ribadesella esta semblanza bajo el silencio de su gran belleza para que imagen y palabra hagan de su paisaje oración y devoción de nativos y visitantes.

No tenía ninguna prisa en marcharme. Estaba muy a gusto contemplando como las olas dormían su sueño quizás mecidas por la caricia de una nana misteriosa que obraba el milagro de una profunda paz.

Terminada mi visita, cuando me alejaba, daba la sensación que me acompañaban, como guardias vigilantes de la naturaleza, un hermoso conjunto de sinfonías custodiados por lo único importante de la vida, la felicidad.

La misma que yo les deseo con mi más afectuoso saludo.

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